La Tercera
Opinión
El espejo de los lindos

Hay quienes se han dedicado últimamente a “rajar” a Lamarca, pidiéndole que pase al pizarrón a probar con detalles sus asertos y luego ofrecer soluciones. Pero eso es el colmo de la pedantería. Lamarca no tiene que dar pruebas de nada. Simplemente ofreció su punto de vista, su visión.
Fernando Villegas

Desde el punto de vista de la eficacia política químicamente pura, la elite económica del país debió haber ninguneado con un total silencio las palabras de Felipe Lamarca. Ya habrían sido olvidadas. Pero, al contrario, los notables no pudieron con su carácter y aun hoy siguen haciendo cola para salir al ruedo a patearle las canillas al herético. O quizás la discreción fuera mucho pedir. Requiere una fuerza de carácter y una capacidad de cálculo que tal vez se encuentre más allá de los rasgos temperamentales de un grupo que, por definición, se considera y ve a sí mismo en la cúspide del poder, la riqueza, el conocimiento y la verdad.

Esto de “verse a sí mismos” es la clave. Literalmente pasan mirándose el ombligo. Se adoran. No por nada un analista le reprochó a un candidato de la derecha el usar la televisión más como espejo que como ventana.

El asunto tiene muchas otras ramificaciones. Nos señalaba un amigo muy cosmopolita y conocedor de gentes el asombro que produce en los extranjeros la cuantía y extraordinaria persistencia, década tras década y régimen tras régimen, de las llamadas “páginas sociales” de alguna prensa, especialmente en sus ediciones dominicales. Al parecer en ninguna parte del mundo, excepto en Chile, se dedica tanto espacio -en los diarios- a los avatares de la gente linda. Son, por cierto, las páginas más caras. Los ricos y famosos adoran verse fotografiados en eventos deportivos de alto coturno, inauguración de exposiciones, bailes de caridad, aniversarios gerenciales, temporadas de veraneo. Son siempre los mismos y los hijos y los nietos de los mismos, todos ellos indistinguibles -salvo por la edad- porque preservan, merced a su piadosa y multiplicada endogamia, el conocido tipo fisiognómico de la clase alta chilena histórica, esa rara mezcla de postura ladina -y modo de hablar a grititos- de huaso bruto y la urbanidad superficial de ricachón más o menos viajado. Lo hacen junto a hileras de chiquillas y señoronas salidas de la misma máquina de hacer salchichas, todas blancas como polvo talco, todas rubias, sonrientes, cargadas de joyas, con aire de arrogancia y a veces también de ligero déficit mental.

Seguros de su posición, pero al mismo tiempo con el nebuloso temor de amenazas en el horizonte, los miembros de la elite empresarial y de negocios no toleran a los disidentes de su propia clase. Los consideran unos aguafiestas a los que debe exorcizarse en el acto.

Los disidentes cometen la imprudencia de conjurar fantasmas y husmear los armarios en busca de esqueletos. Peor aún si traen doctrina. Hay entonces que ridiculizarlos, vejarlos, la vieja arma del huaserío adinerado.

Niños lindos

Entonces es cuando juegan su papel los niños lindos. Luego que los prohombres, casi todos sexagenarios o más, han expresado su solemne rechazo y excomunión -algunos haciendo píos llamamientos a “la cordura”, esto es, a dejar que todo siga igual- llega el turno de los señoritingos incrustados en el nivel gerencial y con acceso a columnas y páginas devotas del mercado. Hablo de treintañeros que pudieron darse el lujo de comprar su título en USA -un doctorado no es mera cuestión de algún módico talento y perseverancia; son en extremo caros-, manejan bien la Hewlett-Packard y han creído descubrirse habilidades como gacetilleros. Pero primero que nada creen a pie juntillas en las supersticiones de la llamada “ciencia económica”. Citan el mercado con la misma ausencia de análisis e igual abundancia de ciega fe con que los beatos mentan a la Virgen y a los santos. El mercado dictamina esto, el mercado manda lo otro.

No he leído ni una sola vez a siquiera una de estas jóvenes lumbreras examinando la naturaleza pre-mercado del mercado, su ubicación en el sistema global, sus orígenes, las verdaderas raíces de su mecánica. Se limitan a indicar con el dedo sus fluctuaciones y a recitar un par de lugares comunes, axiomas e hipnóticos mantras. Del modo más evidente juegan el papel de ideólogos, de retóricos a sueldo, de Cantinflas, no de científicos. Para serlo les falta la duda, la disposición a interrogarse. Sentándose elegantemente con las piernas cruzadas en sus butacones de rectorías y/u oficinas de corretaje de propiedades, se han dedicado últimamente a “rajar” a Lamarca. Y para esos efectos le piden que pase al pizarrón a probar con detalles sus asertos y luego ofrecer soluciones.

Pedantería

Pero hacer tal cosa, lo decimos con algo de vergüenza ajena, es el colmo de la pedantería. Lamarca no tiene que dar pruebas de nada. Simplemente ofreció su punto de vista, su visión.

Y su visión no es la mera extravagancia de un rico que se ha retirado a amaestrar pingos de rodeo y a escribir sus memorias. La comparten varios millones de chilenos. A estos, que no sólo la ven sino la sufren, no van a venirles con exigencias académicas. Los que reciben sueldos miserables, los que ven sus cotizaciones flotar en el limbo de atrasos injustificables y operaciones financieras del empleador, los que observan los excedentes repartirse sólo en el círculo mágico de los lindos, los que son “desvinculados” a la primera de cambio cuando hay problemas de caja y/o fusiones en tránsito, todos esos no necesitan demostrarle con power point a Fulanito, doctor en chanterías económicas, su lamentable experiencia laboral.

Todo esto, ya que hablamos de espejos donde la elite se mira en franco arrobo, nos habla también de ceguera cuando por casualidad miran para otro lado. Decían los griegos que “los dioses ciegan a quienes quieren perder”. Pues bien, el que sinceramente crean no hay nada por mejorar o modificar, el suponer que tras las quejas hay sólo demagogia o ignorancia, todo eso es propio de la soberbia que enceguece a las elites cuando han disfrutado un período demasiado largo de hegemonía. Recuerdan la nobleza francesa un año antes de 1789. Entonces pudieron haber aceptado los cambios en el sistema tributario que les pedía el monarca, pero lo rechazaron de plano y abrieron las compuertas de la revolución.

¿Qué viene en Chile después de este 1788 con apariencias de una elección más? El apoyo creciente de un Tomás Hirsch, la violencia de la delincuencia juvenil nacida de poblaciones y pobladores sin porvenir o el apoyo que los narcos disfrutan en algunos sectores populares bien debiera llamarlos a hacerse algunas reflexiones. El nombre del juego es repartir, compartir, desparramar, no sólo gotear. Pero eso, a tales economistas les parece anatema y lo rechazan enérgicamente. Sería “distorsionar las leyes del mercado”. Por eso y mientras tanto, ufanos, llaman a Lamarca y otros a rendir una prueba de suficiencia.