iPodmanía

Es la estrella high tech del momento y su nacimiento en 2001 le dio un segundo aire a Apple y a Steve Jobs. Hoy más de 42 millones de personas en el mundo poseen uno. En el último Halloween no fueron pocos los que se disfrazaron de iPod y ya hay jeans especialmente diseñados para portar el reproductor. En esta crónica, Cristóbal García, investigador chileno del MIT, cuenta la historia de este aparato y las razones de que algo en apariencia tan simple genere tamaña -e incondicional- devoción.

Por Cristóbal García

En noviembre de 2001, Steve Jobs, fundador y CEO de Apple, mostró al mundo por primera vez un reproductor de música portátil MP3 (formato de compresión digital), el que pasaría a la historia como una gran innovación en la llamada “electrónica de consumo personal”: era la presentación en sociedad del hoy célebre iPod.

Este aparato algo fetiche, de diseño único, mínimo y exquisito, no es sólo un fenómeno comercial que le ha dado nuevos bríos a Apple, tanto en marca como en números, al reportar ingresos récord en 2005 con 32 millones de unidades vendidas (sólo en el período navideño pasado se comercializaron 14 millones, casi 200% más que igual fecha de 2004), sino que también se ha convertido en un nuevo ícono de la cultura popular-digital y en todo un fenómeno social.

Ejemplos sobran: personas disfrazadas de iPod en la última fiesta de Halloween; demandas judiciales varias que no hacen más que confirmar su estrellato (por supuesta pérdida de audición, porque las pantallas se rompen con mucha facilidad o por la corta duración de las baterías); un reciente asesinato en Brooklyn debido al robo -y la fallida resistencia- de uno de estos aparatos; jóvenes que “ofrecen su cuerpo o parte de él” a cambio de un iPod; automóviles que ya lo incluyen dentro de sus full equipo (los Golf de Volkswagen, por nombrar uno); jeans con dispositivos en los bolsillos que permiten operar el reproductor (Levi Strauss los comenzará a vender por US$ 200) y las 42 millones de personas (incluido yo mismo) que ya poseen uno.

La fiebre iPod reditúa suculentos beneficios: las acciones de Apple se han empinado en el mercado bursátil y la marca se ha fortalecido debido a su capacidad innovativa y de atraer a muchísimos usuarios del sistema operativo Windows hacia el universo “Mac” gracias a iTunes, el software que sincroniza el reproductor y el computador, solucionando de paso el problema del manejo de los derechos digitales de la música, que tantos dolores de cabeza le trajo a Napster y “otras instituciones cómplices”. Desde abril del 2003, Apple ha vendido, a través de iTunes, casi mil millones de canciones.

Tony Fadell es el hombre

Como muchas veces en la historia de la tecnología no fue un “genio loco y solitario” el que concibió, diseñó y desarrolló este reproductor de música portátil. No fue tampoco el propio Jobs ni algún empleado ingenioso de Apple. El gestor fue alguien que rondaba por la “periferia”, quien fue escuchado en un terreno fértil y abierto de mente como el que se da en Apple, situada en la ciudad de Cupertino en pleno Silicon Valley.

De hecho, antes que apareciera el iPod, ya había reproductores portátiles de MP3 y softwares que tocaban este formato comprimido de música (como Winamp, Jukebox o el propio Windows Media Player). Sin embargo, lo que no existía era un aparato que hiciera las dos cosas: que permitiera llevar la música de mi computador a cualquier parte sin infringir la ley. Tampoco había ningún diseño que cautivara y sedujera.

La idea original de juntar las dos cosas fue de Tony Fadell, un experto en hardware que trabajó en Philips y General Magic y que, hacia el año 2000, decidió correr por cuenta propia. Intentó vender su idea a diferentes firmas, pero nadie lo escuchó, salvo Apple, que ya en ese entonces había desarrollado FireWire, una herramienta para traspasar información de gran volumen y entre diferentes aparatos digitales de manera rápida. Esto fue la base para el desarrollo de iMovie (software para traspasar y editar información desde videocámaras), iPhoto (para transferir fotos desde cámaras), y finalmente iTunes (para traspasar archivos de música desde reproductores externos), siendo el computador el “conector central”.

Apple contrató a Fadell a principios del 2001. Puso a su entera disposición a un equipo de 30 personas, incluyendo diseñadores, programadores e ingenieros electrónicos. Fadell hizo de intermediador con PortalPlayer, una firma que trabajaba en una idea similar para clientes de la talla de IBM. Tenían listo el 70% del producto, pero el diseño del prototipo era un desastre. Cuando en PortalPlayer supieron que Apple estaba interesado en sacar el prototipo adelante, dejaron de lado a los otros posibles clientes y se la jugaron por una relación monógama. Por los siguientes 8 meses, los 280 empleados de PortalPlayer en EE.UU. e India trabajaron para y con Apple. Aquí la mano de Steve Jobs fue crucial. Se involucró 100% en buena parte del proceso de diseño: él fue quien le dio la forma, la apariencia y la sensación asociadas al iPod.

No más de tres click

Uno de los principios que explica el notable diseño del iPod y el goce de su uso es aquel de “menos es más.” En lugar de aparatos llenos de botones y pantalla saturadas -que necesitan no sólo una guía enciclopédica para el usuario, sino un curso especializado-, éste es simple de usar táctilmente con una mano y un dedo. Además presenta una interfase continua, sin interrupciones, permitiendo la navegación por las alternativas musicales de manera directa y eficiente.

El desafío no fue cómo añadir funcionalidades, sino cómo evitarlas, focalizándose en un reducido set de operaciones. Esto parece trivial, pero en la historia de la tecnología abundan ejemplos donde los técnicos han “malinterpretado” los reales requerimientos y placeres de los usuarios.

Aquí se interpretó y anticipó correctamente: Steve Jobs estuvo de cabeza exigiendo a sus cerebros de Apple que mediante dos o tres click con el pulgar se pudiese llegar a la canción o lista favorita. Si eran más click, no servía. Se cuenta también que el volumen estándar de reproducción fue mas alto de lo común pues Jobs es medio sordo y no escuchaba bien en parámetros más bajos.

La complejidad técnica miniaturizada (una batería recargable Sony, el disco duro con capacidad de 2 ó 4 GB, el circuito y el chip que permite el uso de FireWire como transmisor de data y cargador, además del procesador central) era clave para el buen funcionamiento, apariencia y vida útil del aparato, pero no debía estar a la vista ni al tacto del usuario. Mientras más simple, más funcional y atractivo.

El éxito del iPod justamente radica en su diseño simple y emotivo que omite esos detalles técnicos al no “fanfarronear tecnológicamente”, produciendo una experiencia continua con el cuerpo, la ropa, los accesorios y los gustos musicales. En fin: con el estilo de vida flexible y móvil del consumidor/ciudadano contemporáneo. Es desde esta continuidad y desde su atrayente apariencia y sensación (“look and feel”) de donde surge su “aura”.

Nadie le es infiel

Además de traer goce, placer auditivo y estilo a las personas, Apple, obviamente, quiere hacer mucho dinero con este dispositivo.

Le ha ido bien hasta el momento, pese a que los competidores acechan. Si bien iTunes -el software y solución de manejo de derechos digitales que permite la comunicación entre computador y iPod- no ha sido un éxito de ventas ni se ha constituido como el software predominante (esto porque hay que comprar las canciones a 99 centavos de dólar, compitiendo todavía con el software ilegal de la free-music), sí ha logrado introducirse en el mundo de los usuarios Windows y de ciertos teléfonos celulares y operadores como Motorola y Cingular. Con ello, ha facilitado uno de los objetivos de Apple: vender la mayor cantidad de iPods posible.

Y vaya que se cumplió esta meta en el 2005. Esto también se debió, en parte, a los nuevos tipos de iPod que salieron al mercado: el Nano (que como su nombre lo indica es increíblemente pequeño) y el Video (que permite ver ídem y también programas y series de TV). Además, alianzas estratégicas con gigantes del audio como Bose y otros, han permitido que el iPod se conecte con sistemas de audio de mayor envergadura en casas, restaurantes y clubes. Así, la música puede viajar no sólo desde el computador personal al iPod, sino que también a cualquier equipo compatible y, de este modo, facilitar el tránsito desde la mera entretención individual a la navegación colectiva de los productos audiovisuales de nuestra cultura global.

Como ya tiene marca, diseño, funcionalidad y “aura”, el modelo de negocios en lo que viene es transformarlo en una vía portátil de distribución de nuevos y viejos contenidos audiovisuales, transportables a cualquier contexto de actividad personal y social. El modelo será más robusto en la medida que tenga exclusividades con proveedores de contenido para ofrecer acceso “premium” a través del iPod/iTunes, al tiempo de alianzas con manufacturadores de equipos audiovisuales compatibles de mayor escala.

Claro que hay competidores (cada vez menos, por cierto: Dell esta semana anunció que dejará de fabricar reproductores MP3 de disco duro. Sí hay que estar atento con los chinos) ofreciendo un reproductor similar, con mayor capacidad y a menor precio, pero con menos estilo, diseño y marca. Es decir, sin “aura” o apariencia que cautiva los sentidos y esa funcionalidad con otros aparatos.

El propio Jobs, que se encuentra frente a esta competencia feroz, confía en las expectativas de aquellos usuarios: “Nosotros no subestimamos a la gente. Ellos quieren algo así de bueno, pues ven ese valor agregado. En lugar de hacer un producto inferior por cien dólares menos preferimos hacer el producto que ellos realmente quieren y que les durará por años, aunque sea más caro. La gente es inteligente, se da cuenta”.

Los consumidores/usuarios, como muchas veces en la historia de la tecnología, tendrán la última palabra. Seremos testigos.

¿Revolución?

Lo del iPod es un fenómeno, pero no una revolución. Se inserta en una de las sucesivas olas de la revolución de la microelectrónica y de las tecnologías de la información, específicamente, en la asociada a lo móvil, a los aparatos personalizados y la computación ubicua (capacidad de procesamiento de información que tiende a distribuirse y a estar omnipresente).

Pero las tecnologías -y el iPod en este caso- le deben su éxito a las condiciones histórico-culturales-estéticas en las que emergen. Es por ello que el iPod ha empalmado exitosamente con los deseos de expresividad, goce sensual de la música y estilo móvil de los nuevos consumidores por un lado, y con las nuevas claves del diseño industrial asociadas a la simplicidad, al diseño-centrado-en-el-usuario y al “aura emocional” de los objetos, por el otro. Larga vida, dear iPod.