Familia en Chile: estructura y funciones en la modernidad
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Eugenio Tironi quiere instalar en Chile un debate que, dice, es clave para el futuro: el de la estructura y las funciones de la familia en la modernidad. Es su nueva obsesión: ya editó un libro que se lanza el 30 de marzo y está decidido a derribar los mitos de conservadores y progresistas. Desde París, donde pasa unos meses “sabático-académicos”, el sociólogo despliega su artillería.

Por Pelayo Bezanilla

El 1 de febrero pasado el sociólogo Eugenio Tironi cambió las modernas oficinas de su consultora comunicacional -Tironi y Asociados- en el barrio El Golf por las salas de clase de la universidad Sorbonne Nouvelle, también conocida como París 3. Y su casa en La Reina por un departamento en el décimo piso de un edificio en pleno barrio de Montparnasse, desde donde ve, dice, la torre Eiffel. Concretó de ese modo un proyecto que venía planeando desde el verano pasado: tomarse unos meses “sabático-académicos” en Francia junto a su familia. “Tenía muchas ganas de redescubrir este mundo tan distinto al nuestro, y se dio la posibilidad de hacerlo”, señala Tironi, quien se doctoró en sociología en ese país.

Su rutina en París, dice, es la de un típico profesor universitario: “Tengo una intensísima vida doméstica, preparo clases y leo”. El resto del tiempo lo reparte entre el Centro de Análisis e Intervención Sociológica -organismo creado por Alan Touraine- y la universidad, donde es profesor del Instituto de Altos Estudios para América Latina y da un curso sobre “la fórmula chilena para congeniar democracia, desarrollo económico y equidad”. En París 3 dicta también un seminario cuyo tema surgió del libro que Tironi -en coedición con los académicos de la Universidad de Notre Dame Samuel Valenzuela y Timothy Scully- lanzará el próximo 30 de marzo en Santiago: “El eslabón perdido. Familia, bienestar y modernización en Chile” (Taurus Editores).

Aunque el curso tiene una perspectiva latinoamericana, la mirada de Tironi está puesta en la familia chilena. “Es una vieja obsesión mía, a la que le vengo dando vueltas desde hace unos cinco años, porque creo que la familia es un microcosmos que ha cambiado profundamente en Chile por el proceso de modernización y es un campo que, además, ha sido muy poco estudiado hasta ahora”, explica Tironi, quien permanecerá en Francia hasta mediados de mayo próximo.

Tres años demoró la preparación del libro. Junto a Scully -cientista político- y Valenzuela -sociólogo- definieron los temas y desarrollaron las pautas que luego asignaron a distintos académicos para que las trabajaran. Los tres editores se reservaron la introducción y las palabras finales del texto, que abarca desde las definiciones de familia hasta su historia y los efectos de la modernización.

Pero Tironi no sólo pretende llenar el vacío académico y de investigación que, a su juicio, existe en este campo. También está decidido a derribar los que considera mitos sobre la familia, partiendo por su supuesta crisis. “Ese discurso tiene siglos. Todas las sociedades sienten en general que las familias están en crisis porque es como si el grito de alarma sustituyera el análisis de los cambios. Quisiera dar menos gritos de alarma y prestar más atención a lo que está sucediendo realmente. La familia está cambiando, diversificándose”, dice. Esos gritos de alarma, agrega, son parte de lo que considera “el monopolio que ha ejercido en este campo el mundo conservador, que mira a la familia desde el punto de vista normativo: cómo debiera ser, y no cómo es”.

El sociólogo no cuestiona, en todo caso, “que distintos grupos de elite promuevan distintos tipos de familia. Lo que veo como negativo es que se margine o estigmatice a aquellas familias que no corresponden a ese modelo”.

Tironi dice que esa visión conservadora está estrechamente ligada con otro mito: la idea de que la familia tradicional nuclear ha sido el modelo históricamente predominante en la sociedad chilena. “Es falso decir que teníamos familias impecablemente constituidas, familias ideales que se han venido destruyendo. El trabajo que hicieron para el libro Macarena Ponce León, Francisca Rengifo y Sol Serrano demuestra que en el siglo XIX la situación de la familia en Chile era aterradora: los registros históricos dicen que había pocos lugares en el mundo con mayor nivel de abandono de hijos en las calles y de convivencia, porque los hombres iban abandonando a las mujeres en la medida que emigraban de un lugar de trabajo a otro. Tampoco en el siglo XX hubo una familia predominantemente nuclear”, dice.

¿A qué atribuye, entonces, que el discurso de la crisis en la familia se haya profundizado en los últimos años?

Lo que ha provocado el cambio en la familia chilena no es la Concertación ni el relativismo moral, sino el mercado, y el mercado no lo introdujo la Concertación, sino Pinochet. Y es el mercado el que empuja a la gente al consumo, el que empuja a la mujer a incorporarse al mercado de trabajo, a capacitarse, a educarse. Esos son los fenómenos que han ido cambiando a la sociedad chilena.

Pero aun así la familia tradicional o nuclear sigue siendo el modelo que todos persiguen como objetivo.

Considero que defender el ideal de familia nuclear es un imperativo, por cuanto está probado que es una forma de familia más completa y que cumple mejor sus funciones. Es el modelo que genera más felicidad, bienestar y equilibrio. Sin embargo, no todos pueden mantener ese modelo, y eso no significa que deba marginarse o castigarse a otras formas de familia. Y en eso incluyo a las familias formadas por homosexuales.

¿Cree usted que debiera permitírseles, por ejemplo, adoptar hijos?

La evidencia que yo he leído no es muy clara en cuanto a los efectos que puede tener sobre los niños. Pero si existe una situación de hecho en que hay niños de madres que tienen pareja de su mismo sexo, creo que eso debe protegerse. El caso de la jueza Karen Atala es un caso que no debe repetirse: debiera respetarse ese tipo de situaciones.

El desdén progresista

Pero en el libro Tironi no sólo dispara contra los sectores conservadores. Así como señala que es un mito pensar que el tema de la familia es un tópico “conservador”, también critica al mundo progresista, “que hasta ahora ha visto este campo con desdén. Es un mundo más preocupado de ver cómo el individuo se emancipa de la familia que de saber cómo funciona la familia”. A su juicio, ese sector “ha sido muy infiltrado por una ideología individualista y se ha desentendido de un asunto crucial, particularmente en una sociedad como la chilena: el tema de cómo ir reforzando las redes consiguiendo los vínculos comunitarios”.

Los intelectuales también son responsables, dice Tironi, de no haberle prestado más atención al tema. “Eso se refleja en la poca información empírica que hay. El Estado paga más estudios sobre la televisión o la audiencia que sobre lo que sucede a nivel familiar. Es un contrasentido, porque cuando se le pregunta a la gente en Chile qué es lo más importante, la familia está en primer lugar”, reclama. Con todo, para Tironi los gobiernos de la Concertación han hecho “cosas muy importantes para el desarrollo de la familia, como la ley de filiación y lo que se ha hecho respecto de la violencia intrafamiliar”. Descarta, de paso, que la ley de divorcio pueda considerarse negativa para la familia: “Es muy probable que la tasa de divorcio crezca, y eso va a ocurrir con o sin ley, porque tiene que ver con el mercado: somos una sociedad individualista donde las personas buscan maximizar su propia tasa de bienestar y no están dispuestas a postergar aquello por mantener una pareja”.

Uno de los grandes desafíos del progresismo, dice, “es hacerse cargo de los temas conservadores, y uno de ellos es la familia, que es el núcleo básico del espíritu comunitario. Soy partidario de un progresismo conservador, que haga propio el tema de reforzar los vínculos comunitarios, de proveer calor humano, compañía, compasión. Un poco de lo que está detrás de por qué se eligió a Bachelet”, dice.

Bachelet representa, además, esos nuevos referentes familiares.

Bachelet tiene una cosa que es muy potente. Primero, ella en cierto modo despenaliza la diversidad en la forma de familia. Eso que parecía un acto que había casi que ocultar, porque era visto como un pecado, sale a la luz pública y lo muestra una persona que es Presidente de la República. Segundo, es mujer y eso es súper importante.

¿Por qué?

Porque una política pro familia tiene que ser una política pro mujer. No importa cuánto cambien las cosas, la mujer sigue siendo clave en la crianza de los hijos y en la mantención de la vida doméstica. Vivimos en un tipo de sociedad que les da muy pocas facilidades a las mujeres: uno de los temas que se ven en los estudios que aparecen en el libro es que los hombres chilenos somos particularmente reacios a apoyar a la mujer en el hogar.

¿Cree usted que la sola imagen de Bachelet -más allá de las políticas públicas- influirá en ese sentido?

Absolutamente. La gran revolución de Bachelet probablemente se va a producir al interior de los hogares en lo que va a ser un re-equilibrio en la relación entre el hombre y la mujer y un mayor compromiso doméstico de los hombres, compromiso que en Chile es particularmente bajo. Tenemos una tasa de incorporación de la mujer al trabajo cada vez más elevada y un apoyo del hombre que se mantienen extraordinariamente bajo.

¿Y cree que la Iglesia Católica estará disponible para un debate que afecta el modelo de familia que siempre ha defendido?

Creo que sí. La Iglesia Católica en Chile ha tenido una actitud bastante progresista en la materia.

Pero se opuso a la ley de divorcio.

En todas las sociedades católicas del mundo la aprobación del tema del divorcio ha provocado una fractura que ha durado años, a veces decenios. Basta pensar en el caso de Italia, por ejemplo. En Chile, finalmente, no provocó esa fractura, en gran medida porque hubo transacción y porque la Iglesia estuvo disponible para hacer transacciones. La Iglesia Católica no ha tenido una postura de condena a la ley de divorcio.

Pero la aprobación fue después de años…

No digo que haya estado de acuerdo o que la haya aprobado, pero su desacuerdo ha sido un desacuerdo particularmente civilizado, inusualmente civilizado de acuerdo a lo que ha pasado en otras partes del mundo. Por otra parte, se escuchan muchas voces en la Iglesia Católica en orden a buscar reintegrar a los divorciados y a las nuevas familias que se forman a partir de divorciados y divorciadas. Creo que la Iglesia tiene una función en lo que es la educación para el matrimonio. El matrimonio no es un acuerdo o una institución que funcione automáticamente. Requiere cierto aprendizaje. En muchas partes ese aprendizaje lo da el propio Estado. En sociedades como Chile, la Iglesia puede y debe cumplir su papel y sería bueno que lo hiciera. La Iglesia también puede jugar un papel en esta instancia de mediación que establece la ley de divorcio. La Iglesia, en otras palabras, debe tener una actitud abierta, pero a su vez activa con respecto a las familias.

Los costos

Aunque dice que el libro es sólo una radiografía de la situación de la familia en Chile, el gran objetivo de Tironi es que logre instalar el debate en el país y ayude a repensar las políticas públicas, “incorporando la perspectiva de la familia en materia de salud, urbana, educación, etc.”

De lo contrario, advierte, los costos son altos e inciden en el bienestar de las personas y en el Estado. “Allí donde la familia no funciona va a terminar ejerciendo una carga para el Estado. Cuando la familia no funciona, el niño no rinde bien en el colegio y eso significa más carga para los profesores e inspectores. Cuando las estructuras familiares son más débiles hay mayores probabilidades de que los jóvenes caigan en la criminalidad y eso es una carga para las policías”.

Tironi agrega otro factor: el riesgo de que siga cayendo la tasa de natalidad. “Si las mujeres están obligadas a elegir entre los hijos o la incorporación a la vida moderna, no me extrañaría que eligieran lo segundo en desmedro de lo primero, lo que provocaría una mayor disminución en la tasa de natalidad, que ya es negativa”, dice. “La mujer tiene que poder incorporarse al mundo laboral y tener respaldo para la crianza de los hijos, apoyo que viene no sólo de parte de los hombres, sino del Estado y las empresas”, agrega.

En el libro usted se refiere a la contradicción que hay entre las expectativas que tiene la gente de la familia y la incapacidad de ésta de responder.

Vivimos en una sociedad donde la gente no se agrupa en los sindicatos, que eran una fuente de asociatividad, de solidaridad. La gente no siente que el trabajo sea un lugar donde exista lealtad, porque todos estamos compitiendo con el otro por quién saca una cuota mayor del premio. Los partidos políticos, que en el pasado fueron grandes espacios de fraternidad, hoy día no lo son. Tenemos muy pocas oportunidades de sentirnos perteneciendo a algo. Esa expectativa ha sido volcada completamente hacia la familia.

¿Y por qué la familia no puede satisfacer esa necesidad?

Por eso también surgen los Easy, Casa & Ideas, Homecenter, porque la gente busca mejorar la vida de los hogares. En Chile se da un hecho curiosísimo: tenemos un culto a la casa propia. Leí una estadística que dice que en Europa el 50% de la gente vive en casa propia y en EE.UU. el 68%. En Chile esa cifra es del 75%. Entonces todas esas expectativas que antes se canalizaban en otras instituciones, hoy día se vuelcan a la familia, que no es capaz de responder a esas expectativas. Entonces la persona busca en la familia apoyo emocional, entretención, incluso apoyo económico cuando le va mal. ¿Y qué pasa? Se encuentra con una familia más débil, más porosa, donde, además, la mujer está trabajando y, por tanto, eso genera una enorme frustración.

El eslabón perdido: extractos

“Pese a estos esfuerzos, las encuestas de opinión son concluyentes: los chilenos estiman que la familia es central en sus existencias y, al mismo tiempo, que ella es un germen de problemas y tensiones, y no de solaz y confort. No es sorpresa, por lo tanto, que el debate sobre la ‘crisis de la familia’ se haya intensificado últimamente en Chile.

Sin embargo, la discusión pública sobre el tema de la familia ha estado liderada primordialmente por comentaristas que utilizan un tono moralizador, con juicios carentes de fundamento empírico y base analítica. Ellos imputan directamente todo tipo de ‘enfermedades sociales’ (como el fracaso y la deserción escolar, la delincuencia juvenil, la prostitución infantil, el abuso de menores, el embarazo adolescente, la drogadicción, incluso la pobreza) a la ‘crisis nacional de la familia’. Este discurso alarmante parece sugerir que si cada uno tuviese un «buen comportamiento», todas esas «enfermedades sociales» automáticamente desaparecerían. Ello obligaría a una suerte de campaña de educación moral para prevenir el embarazo adolescente y las separaciones matrimoniales, y fomentar la dedicación de las madres a sus hijos, a los ancianos y a la familia en general.

El problema de este enfoque es que se enmarca en una concepción muy tradicional de los roles de géneros (la mujer en el hogar y el hombre en el mercado laboral), lo que en el fondo carga, gran parte de la responsabilidad de la «crisis» en las mujeres, porque la misma se centra al parecer en el ámbito doméstico. Esta perspectiva choca además con las tendencias de la sociedad moderna, las que exigen la creciente corresponsabilidad de hombres y mujeres en los ámbitos privados y públicos.”

“(…) un estudio del PNUD (1998) confirma algo que se percibe en la vida diaria en Chile: cerca del 60 por ciento reconoce que la familia ‘está en crisis’ o que es ‘fuente de problemas’. Entre estos datos hay una contradicción más aparente que real: mientras más se necesita la familia, mientras más se exige de ella, más aumenta la impresión de que no es capaz de proveer plenamente la satisfacción buscada. Se observa, entonces, una brecha entre las expectativas que se hacen las personas respecto de la familia y la manera como ésta las satisface. Un tema central en la agenda pública debiera ser cómo reducir esa distancia entre la realidad de la familia y lo que la población espera de ella. Las tensiones familiares pueden ser el producto de las deficiencias de las instituciones de bienestar que no resuelven, por ejemplo, los problemas de acceso a la salud, no permiten la concreción de las aspiraciones educacionales, no ofrecen soluciones para el cuidado de los ancianos, no proporcionan suficientes plazas en salas cuna y jardines infantiles para el cuidado infantil, o no dan los apoyos necesarios en períodos de desempleo, con lo cual todas estas dificultades deben ser afrontadas por las familias”.

“En suma, el acelerado proceso de modernización de la sociedad chilena obliga a replantearse la estructura y las funciones de la familia.

Hay desafíos nuevos, que no se pueden encarar apelando a las formas de familia del pasado; y, peor aún, de un pasado totalmente idealizado. Porque el tipo de familia que algunos recuerdan con nostalgia en realidad nunca existió o, al menos, no fue predominante. Lo que se requiere, por lo tanto, es una discusión que parta de la realidad de la familia chilena de hoy.

En esta perspectiva, es necesario terminar con ciertos mitos. Uno de ellos es que el de la familia sería un tópico ‘tradicional’ o ‘conservador’. Lo conservador es negarse a comprender la familia como institución social -y, como tal, sujeta a cambios- y limitarse a juzgarla desde una óptica puramente normativa y moralizante. Hay que romper también con el rechazo que provoca el tema de la familia en la así llamada tradición progresista, que se ha interesado más en promover la emancipación del individuo de la familia, que en comprender su participación en la familia. Esto ha conducido a una curiosa coincidencia entre el progresismo y el conservadurismo, la cual ha inhibido el desarrollo de una verdadera sociología de la familia”.