La semana pasada, en el podcaster de Atisbando de Mario Valdivia, aparecía una muy gráfica muestra de números de población y de superficie geográfica de Chile comparadas con otros países del mundo, y demostraba que ¡no somos un país pequeño! como nos hemos convencido: ???¿Es chico Chile? Los estándares de comparación obvios son la población y quizás la superficie. Bueno, en términos poblacionales, Chile es casi equivalente a Australia y es más grande que: Austria, Suecia, Suiza, Dinamarca, Bélgica, Finlandia, Noruega, Irlanda, Nueva Zelandia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Grecia, Portugal, Serbia, Israel y Singapur. ¿Qué tal? Y en términos de superficie, Chile se ubica en el lugar 37 de 248 países, con mayor área geográfica que cada uno de los países de Europa y que todos los llamados tigres asiáticos, exceptuando China???. Todos estos países tienen estándares de desarrollo superiores a Chile.
Pero otra ceguera tan profunda como la anterior, y lo he mencionado otras veces, es esta religión infalible de los economistas chilenos en que todo lo resuelven con más flexibilidad laboral (bajar costos de trabajadores) e incentivos (liberar de impuestos) a las empresas.
Continúa:
Hay que reconocer que incluyen la necesidad de las empresas de ser más eficientes, y no sólo en los costos laborales, sino que en energía, tecnologías, etc., para enfrentar el fenómeno del bajo precio del dólar cuando tienen que pagar en pesos.
La ceguera aquí está en que el lo único que se ve es bajar costos, pero imposible subir precios de las exportaciones, y la razón es que la mentalidad de fondo es de productores y vendedores de comodities, materias primas indiferenciadas, con precio global al que hay que ajustarse, ¿cómo? A través de los costos y el cumplimiento en la entrega.
Es Kenichi Ohmae, a quien nadie puede considerar socialista o estatista, quien indica la solución por el lado de la innovación y la venta de productos diferenciados, que los mercados acogen a precios más altos. Y esto no sólo en el caso de aparatos electrónicos sino también de agregarle valor a los productos como alimentos, vino, modas. Manuel Castells advierte lo mismo en su libro sobre Chile y la globalización, pero no fue escuchado ni por los economistas de la concertación.
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