El País – CLEMENTE ÁLVAREZ. Nada más penetrar en la vegetación, un calor espeso y húmedo se pega a la piel y decenas de moscas enloquecidas se arremolinan por toda la cara. Éste es el desagradable ambiente de uno de los paraísos de la biodiversidad del planeta: la selva de la cuenca del río Congo, la segunda mayor extensión de bosque tropical después de la Amazonia y el refugio de la mitad de todas las especies animales de África, entre ellas la mayor parte de los elefantes de selva y los últimos gorilas de llanura. Aquí dentro, gigantescos troncos se alzan como grandiosas columnas, y las ramas y hojas entretejen una hermosa bóveda de colores esmeralda que apenas deja pasar la luz del día. En esta fabulosa catedral de la naturaleza retumba de pronto el rugido de una motosierra.
Las madereras generaron mucho dinero rápido y después desaparecieron, dejando un paisaje desolador
Esta inmensa mancha verde que se extiende por seis países de África central (República Democrática del Congo, Congo- Brazzaville, Gabón, Camerún, República Centroafricana y Guinea Ecuatorial) encierra algunos de los últimos bosques primarios de la Tierra, además de cerca de 400 especies de mamíferos, 1.000 de aves, 1.300 de mariposas o más de 10.000 de plantas (3.000 de ellas, endémicas). Sin embargo, las sierras mecánicas de las madereras son todavía, junto a la agricultura y el fuego, una de las causas principales de que su extensión se siga reduciendo hoy a un ritmo de unas 700.000 hectáreas al año, casi tanto como la provincia de Málaga, según cifras de 2007 de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), de Naciones Unidas, que reconoce no disponer de toda la información en este continente. Otros cálculos anteriores de la Comisión de Bosques de África Central (Comifac) llegan a duplicar esta tasa de destrucción.
Ahora bien, no todo es siempre lo que parece: sobre la corteza del árbol que destripa Thomas con su sierra mecánica, un número 16 pintado en letras amarillas muestra que las cosas también empiezan a cambiar en África. Significa que éste es el ejemplar 16 de la parcela 17 D de la Unidad de Gestión Forestal (UFA) 00 004 de Camerún: un trozo de selva de los cerca de 5,5 millones de hectáreas de la cuenca del Congo que, según la organización ecologista World Wildlife Fund (WWF / Adena), están ya certificados o en proceso de certificación como bosques explotados de forma sostenible con el sello FSC (Forest Stewardship Council). No es mucho comparado con la superficie del resto de concesiones, pero constituye un cambio fundamental en África.
Basta darse un paseo por Madrid para encontrar una buena muestra de madera tropical africana en plena calle: muchos de los bancos de color pardo o rojizo más nuevos colocados en aceras y parques para que se sienten los transeúntes. Son de iroko, un árbol que sale de estas selvas del África negra. La organización internacional WWF asegura que España es el segundo importador en Europa de madera de la cuenca del Congo y el tercero del mundo, detrás de Francia y China. Una aseveración negada por la Asociación Española de Importadores de Madera (AEIM), que en cambio sí que confirma que el mayor proveedor de madera tropical del país en todo el mundo es Camerún, por delante de Brasil.
De acuerdo a las últimas estadísticas de la propia AEIM, en 2006 se descargaron en los puertos nacionales unos 140.000 metros cúbicos de madera procedente de este país africano, valorados en 58 millones de euros. "España compra mucha madera de la cuenca del Congo, pero no invierte en ella", se queja Elie Hakizumwami, un economista ruandés, de 47 años, encargado de bosques de WWF para toda África central, que lamenta que no haya ni una sola empresa española sobre el terreno que contribuya al desarrollo de la zona. Tampoco ninguno de estos 140.000 metros cúbicos de madera desembarcados el año pasado llevaban marcadas las siglas FSC. Un sello que para conseguirlo exige muchos requisitos y a veces complicados. Pero ¿qué quiere decir realmente en África eso de que el bosque sea explotado de forma sostenible?
Douala, la ciudad más grande de la República de Camerún, es una urbe caótica semejante a un gigantesco termitero humano por cuyas calles se amontonan cerca de dos millones de personas de muy diferentes etnias. Desde este puerto fluvial parten muchos de los barcos que luego cruzarán el océano cargados con madera tropical, y allí también se encuentra uno de los aserraderos de la empresa holandesa Transformation Reef Cameroun (TRC), la encargada de la UFA 00 004.
"Somos transparentes, los periodistas pueden pasar", se ufana en su despacho Jacques Huleux, director de gestión y certificación de esta compañía. "Había que cambiar, las condiciones eran deplorables. Durante los últimos 20 años parecía que todo valía, y esto no podía durar, se hacía realmente mucho daño. El propio Gobierno camerunés también ha evolucionado; ya no se trata del funcionario corrupto de antaño, ahora hay técnicos".
Junto a un mapa de la selva troceada en su mayor parte por distintas áreas coloreadas, este maderero explica el sistema de explotación que marca la ley del país: cada una de esas zonas es una concesión para 30 años, y la empresa que pague por ella debe dividirla en 30 parcelas. Sólo se puede explotar una por año; de esta forma se deja que el bosque se regenere, y al acabar el periodo se podrá comenzar de nuevo. Hasta no hace mucho, las concesiones eran de seis meses, y las madereras se llevaban todo lo que fueran capaces de cortar en ese tiempo. "Aunque ahora tampoco sea perfecto, la fórmula actual representa un progreso enorme", detalla el francés, mientras en el exterior no cesa de caer una fina lluvia de serrín rojo en medio del estridente quejido de las sierras. Polvo de azobé, el oro verde africano. "¿Que qué mejora la certificación? La diferencia es que te obliga a cumplir", se sonríe Huleux, que admite que aquí resulta demasiado complicado controlar todo el proceso de extracción para evitar que madera ilegal de origen desconocido salga del país mezclada entre el resto. "Algunos funcionarios siguen teniendo aún sueldos muy bajos".
Esta compañía holandesa comenzó hace un año el proceso de certificación FSC de la UFA 00 004, una concesión al oeste de Ndikinimeki de unas 100.000 hectáreas de selva. Allí mismo, el joven camerunés William Wainfoin lleva consigo varios tomos con los estudios ambientales y socioeconómicos realizados por la compañía TRC para el proceso de certificación. En estos papeles se describe la presencia en la zona de 415 variedades distintas de árboles y al menos 35 especies animales relevantes; entre ellas, los muy amenazados elefantes de bosque, cocodrilos, chimpancés o una decena más de primates.
La riqueza natural del área es tal que se estudia la creación de un parque nacional, el de Ebo. Y para reducir el daño se ha limitado una reserva de protección integral y se ha fijado toda una serie de requisitos para la explotación del bosque: tamaños mínimos para cortar, árboles protegidos, técnicas de extracción, cierre de caminos… "Lo realmente importante de todo esto es que al certificarnos permitimos que terceras personas de una entidad independiente vengan a verificar que hacemos lo que dice aquí", incide Wainfoin.
Bajo un toldo de lona verde instalado fuera del bosque, varios mapas unidos sobre un tablón muestran la ubicación exacta y el código de cada árbol de la explotación. El 16/17D está ya coloreado de rosa. A partir de ahora, cada etapa del viaje que emprenda la madera de este azobé debe ser registrada minuciosamente hasta llegar a las tiendas.
Pero en la selva de la cuenca del Congo no sólo viven elefantes y simios; de acuerdo a los datos de la Comifac, también dependen de este ecosistema cerca de 20 millones de humanos. Uno de ellos camina encorvado bajo una mochila por las mismas pistas de tierra en las que los camiones sacan el oro verde de la selva hacia Douala. Colgado de su espalda, doblada por el peso, lleva uno de los simios de la lista de especies destacadas de la UFA 00 004. Es un furtivo. Uno de los quebraderos de cabeza de los responsables de TRC para completar el proceso de certificación de la concesión. Como señala Cyrille Ekoumou, experto en FSC de la organización WWF, "lo que distingue también un bosque certificado de otro simplemente bien explotado es que las madereras están obligadas a invertir en las comunidades locales para reducir la presión sobre el bosque".
En los contornos de este trozo de selva de 100.000 hectáreas viven unas 20.000 personas, repartidas en 60 poblados y pertenecientes a una veintena de etnias distintas. En Yingui, poblado de los banen, vive Mack Jean, de 44 años, uno de los ocho representantes del comité campesino forestal de Yingui Sur, el grupo de participación local que discute los asuntos del bosque y que debe concretar con la compañía maderera los proyectos que se vayan a poner en marcha de forma conjunta.
En la zona son 11 los comités campesinos. "Queremos ayuda para montar un gallinero y una plantación de plátanos; además tenemos problemas para traer agua potable", detalla Jean. "El bosque lo es todo para nosotros", recalca Jean, que no entiende que los blancos se lleven los árboles sin recibir nada a cambio. En otros lugares del país, como Moloundou, las madereras generaron mucho dinero rápido y después desaparecieron, dejando atrás un paisaje desolador y gente mucho más pobre que antes.
En la selva, casi toda la vida de las comunidades locales transcurre sobre la tierra roja que cubre la mayoría de las carreteras. Todo lo demás es de color verde. Estas pistas marcan los límites de hasta dónde se puede llegar, y por ellas se van los días caminando de un lado para otro. Desde el borde se ve pasar a niños y niñas uniformados con los libros en la cabeza, mayores con cestos para recolectar frutos y leña, vendedores ambulantes, incluso brillantes motocicletas sobre las que se exhibe una elegante clase media. Pero también es desde aquí donde empieza el fuego. De camino hacia Kribi, donde otra empresa holandesa, Wijma, cuenta con la primera explotación certificada del país, la UFA 09 021, un hombre con las ropas todas tiznadas de negro contempla, entre troncos carbonizados, el hueco arrebatado a la selva. De la tierra ennegrecida surgen aquí y allá diferentes hojas verdes de lo que poco que acaba de plantar. Es un agricultor que se prepara para la época de lluvias.
Como indica Ekoumou, de WWF, la zona agroforestal comprende un máximo de cinco kilómetros de cada lado de las carreteras, y antes de que comiencen las precipitaciones más fuertes irán apareciendo muchas columnas de humo. Aunque pronto recupere su color verde y vuelva incluso a crecer la vegetación, toda esta selva más próxima a los caminos tiene ya muy poco que ver con el bosque original y ha perdido gran parte de su riqueza. "La selva virgen hay que buscarla mucho más adentro", afirma Jeremie Mba Aloo, jefe de Akak, un poblado que explota su propio bosque comunitario de 5.000 hectáreas, 200 cada año. Como cuenta, el abuelo de su padre conocía muy bien estos árboles y cómo utilizar su magia: "La gente iba al bosque para hacer su culto; buscaban el bubinga, un árbol anciano muy venerado, que da mucho poder". Mba Aloo explica que estos bubingas más viejos eran sagrados y no se cortaban jamás.
Buena parte del mundo conservacionista piensa que los últimos bosques primarios de la cuenca del Congo también deberían ser considerados sagrados y no tocarse, como los bubingas más viejos. Algunas voces advierten de que la certificación puede convertirse en la coartada de las madereras para entrar de forma definitiva en los últimos bosques primarios de la cuenca del Congo. Sin embargo, otras como WWF defienden que una de las vías para detener la deforestación causada por el avance de los grandes cultivos pasa por conseguir una explotación sostenible de la madera y otros productos del bosque rentable a largo plazo, y para ello la herramienta más poderosa hoy por hoy es el sello FSC.