Me encuentro con frecuencia en mi trabajo de consultoría con profesionales que oscilan entre el agobio y el aburrimiento. Principalmente, quienes tienen responsabilidades sobre equipos, aunque no sólo ellos, caen con frecuencia en el agobio de tener demasiado trabajo y poco tiempo. El aburrimiento se me aparece con más frecuencia entre profesionales que bordean los treinta años de edad, ingenieros, economistas, sicólogos o periodistas, con postgrados, con expectativas casi siempre frustradas de ascenso de cargos. Mario Valdivia aquí entrega otra de sus lúcidas reflexiones en torno de estos y otros estados de ánimo:

Abrumarme, aburrirme

Enviado por Mario Valdivia el 01/03/2008 a las 11:01

Me encuentro con el estado de ánimo de "estar abrumado" – "tengo mucho que hacer y poco tiempo" – muy extendidamente en personas que trabajan como ejecutivos o profesionales altos en grandes empresas. Y no exclusivamente en el mundo del trabajo: también encuentro este estado de ánimo muy habitualmente en el mundo de la familia, modulando las responsabilidades y tareas que ésta supone.

Encontrarnos abrumados es un estar presionados por no tener tiempo y tener muchas cosas que hacer. O sea, modula nuestra relación con el mundo de cosas y personas como "cosas que hacer, compromisos que cumplir", y con el tiempo como algo que "no hay". (El mundo se nos presenta como una agenda de tiempo limitado). Cuando estoy abrumado, por donde mire sólo encuentro cosas que hacer y la omnipresencia de un reloj que tica sin parar; soy arrastrado por un tiempo que pasa demasiado rápido y no alcanza, un tiempo que se acorta; me siento presionado.

Hay otro estado de ánimo que parece a primera vista como opuesto al abrumarse: el aburrimiento. Recuerdo una espera en un aeropuerto. No hay nada que hacer y el tiempo se arrastra, se alarga, parece no avanzar. Miro a mi alrededor y – más allá del sillón en que me encuentro – las cosas parecen rehusarme toda posibilidad de ser útiles, de poder hacer algo con ellas, de interesarme; en el trasfondo, omnipresente, el reloj que, no por ser consultado obsesivamente, parece avanzar. Esta es una opresión que nos desasosiega buscando algo que nos haga pasar el tiempo, una opresión de no contar con un pasa-tiempo.

PSpiral2.jpgCreo que ambos estados de ánimo están conectados en el fondo y son más similares de lo que su oposición a primera vista indica. Quizás al final constituyen lo mismo. Porque, ¿no es habitual encontrarnos con que hemos pasado de la presión de estar abrumados a la opresión del aburrimiento…y de vuelta? ¿No transcurre en verdad nuestra vida a menudo – ¿por lo general? – entre estos dos ánimos extremosos: el abrumarnos en la vida activa, el aburrirnos en los descansos?

Recuerdo ejemplos cotidianos. Me doy cuenta que estoy abrumado, sueño con terminar las cosas que tengo que hacer y darme tiempo. Lo hago: llega el fin de semana o tomo algunos días de vacaciones. Ahora si tengo tiempo: me lo estoy dando a mi mismo. Cuando estaba abrumado parece como si las cosas que hacer vinieran de la situación que enfrentaba, de "afuera", me obligaran, y el tiempo mio se acabara por completo dedicado a hacer estas cosas que parecen provenir de algo externo. Ahora, debo dedicarme a usar este tiempo mio que me he dedicado a mi mismo para hacer las cosas que realmente yo quiero hacer. Y sin emabargo ahora puedo encontrarme de nuevo en los mismos – al parecer – dos estados de ánimos. (Sólo digo "puedo", porque no es completamente necesario que esto pase, pero si lo miramos con honestidad, como un fenómeno que nos ocurre, ¿no es habitual?)

Ahora, de nuevo, el aburrimiento puede sumirme en su opresión. Nada me obliga ahora a tener que pasar, sin tener que hacer, un tiempo que, a diferencia de la espera en el aeropuerto, no proviene de algo externo, no me sitúa desde afuera: ahora yo me estoy dando el tiempo que me posibilita elegir las cosas que quiero hacer. Así que uso bien mi día: la tarde en una agradable reunión familiar con amigos, la mañana me ejercito con largueza en mi bicicleta, leo la prensa con detención, luego quizás voy al cine y a cenar fuera con mi pareja. En la noche, al acostarme, sin embargo, siento oscuramente que me he aburrido. Quizás recuerdo mis bostezos disimulados en la tarde, que no pude ocultarme a mi mismo, (¿no somos todos verdaderamente maestros en este arte de encubrimiento?), recuerdo la leve ansiedad que he sentido cuando me he descubierto – varias veces – consultando solapada, casi clandestinamente, mi reloj. Si, debo reconocerlo, el día entero ha sido un pasatiempo. Agradable y placentero pero aburridor en el fondo. Es como si no he hecho las cosas que realmente me interesan en serio a mi; y, en este sentido, el día transcurre sin que haya habido nada que hacer, envuelto en las agradables acciones habituales de sociabilidad y descanso, pero sin poder hacer realmente nada. O sea, también puede embargarme el aburrimiento cuando he sido yo mismo quien me he dado tiempo, y no es imprescindible que haya algo externo -como el atraso de un avión – que me lo provea. Éste aburrimiento se oculta más de nosotros mismos que el otro caso de aburrimeinto y, por lo mismo, es quizás más opresivo.

Y también puede ocurrir que el abrumarme vuelva a sofocarme en su presionar. Ahora, por este día, escojo yo las cosas que quiero verdaderamente hacer en este tiempo dedicado a mi mismo. Programo mi día porque hay varias cosas que quiero hacer y que habitualmente no he podido hacer porque no he tenido tiempo. Así transcurre mi día haciendo todo lo que hace tiempo quería hacer. Y, en la tarde, mientras me cambio de ropa para ir a un concierto, me doy cuenta que estoy apurado porque el día ha sido tan intenso que se ha ido acumulando un leve atraso en todo lo que tenía programado. Me detengo y escucho mi ánimo y me doy cuenta que estoy presionado: el día ha sido una serie de cosas que hacer y ahora mismo enfrento la agenda de ir al concierto y luego una cena más tarde. Me siento presionado. Además, no ha dejado de hacese presente el día de mañana en que hay que trabajar y enfrento una agenda intensa. De nuevo, parece que, de tanto tratar de usar bien mi el tiempo – que habitualmente no tengo – he puesto frente a mi una agenda de cosas que hacer que me abruma. O sea, no es imprescindible para abrumarnos que el mundo como agenda provenga de algo externo, de cosas que estoy abligado o debo hacer, también puedo abrumarme estableciendo yo mismo la agenda que quiero de cosas que hacer. ¿No es esto habitual? O sea, parece que debo distinguir, de nuevo, entre cosas que me interesa hacer y cosas que realmente me interesa en serio hacer a mi. Presumiblemente las cosas que realmente en serio me interesan a mi no deberían abrumarme cuando me doy tiempo para hacerlas; simplemente las hago en un ánimo de resolución y serenidad. Todos hemos experimentado momentos así y podemos reconocer la diferencia.

Estos estados de ánimo de abrumarnos y aburrirnos que no provienen de una situación que se impone en nosotros – como una espera en un aeopuerto o una agenda recargada de trabajo a fin de año – son más presionantes y opresivos. Y son más engañosos – que quiere decir que se nos hacen menos visibles y nos convierten en sus víctimas de manera más ciega – ya que siempre, siempre, podemos pensar que lo que nos abruma o aburre es la situación en la que estamos, lo que "está afuera". Así, nos mantienen buscando el pasatiempo perfecto, algo que realmente sea entretenido, y, al mismo tiempo, buscando algo que sea realmente lo que nos gustaría en serio hacer.

Me pregunto: ¿quién este este YO que dejamos habitualmente de lado al inventar actividades que nos terminan abrumando o aburriendo y que, sin embargo, cuando las inventamos lo hicimos de acuerdo con lo que parecía interesarme a mi?

Continúa Aquí