En Chile nos gusta suponer que
somos más modernos, integrados y civilizados de lo que somos. Que aún pueda
ocurrir que cuatro personas mueran de SIDA porque el hospital que lo supo
cuatro años antes no les avisó porque no los ubicó en sus domicilios (aunque
pasaron enfermos alguna vez por el mismo hospital antes de morir), que dos recién
nacidos puedan ser entregados a familias cambiadas hasta que sus padres lo
descubrieron un año después, que una ministra dirija por un año Educación, mantenga
el total desorden financiero, la destituyan y ahora demande al Estado chileno,
que las carreteras de pago, que se hicieron para hacer más rápida la ciudad, se
colapsen y nos castiguen a los usuarios con cobros más caros por utilizarlas, que
la economía chilena se sustente en construir edificios de altura en barrios residenciales
y transformar tierra agrícola en inmobiliaria, que en mi barrio progre y ecológico
los vecinos enciendan chimeneas en tiempo de emergencia ambiental, ensucien los
jardines con sus mascotas y arrasen con sus todo terreno, que parlamentarios
ecológicos tengan intereses en compañías productoras de plomo, que ahora nos
prohíban hacer lo que nos venga en gana en casa con la música que pagamos
legalmente, que la banda ancha no sea ancha pero sí la más cara de América Latina,
la precariedad laboral del comercio retail, el desamparo de crédito e innovación
de los micro empresarios, son todos ejemplos que algo falta para declararnos a
salvo del tercer mundo. Bueno, aquí un análisis interesante de cómo están
enfrentando la crisis financiera las personas de segmentos más pobres de Chile, que reproduce el emblema del clasismo en el marketing chileno: Cómo faúndez enfrenta la crisis
(quépasa). Si hay algo que reconocer a la Presidenta Bachelet es su esfuerzo por proteger los
derechos laborales, la previsión y la salud de los pobres en Chile.

 

Cuando se caen las vacas, las hormigas mueren aplastadas. El
publicista Marcelo Con Riera creó a Faúndez en 1998, cuando trabajaba como
creativo en la agencia Prolam Young & Rubicam. Pese al tiempo, no le ha
perdido la pista a su personaje. Hoy, Faúndez ve las noticias sobre el crash financiero
y se asusta, pero no sabe de qué y por qué y está preocupado porque todos le
dicen que hay que estar preocupado.

Faúndez nunca deja de contestar su celular.
Por eso, en estos diez años ya le han robado tres equipos, dos en el Paseo
Ahumada y uno en Teatinos: a los lanzas también les preocupa la crisis, todo
está más caro y nadie se salva de tener que trabajar mucho más que antes para
ganar lo mismo de siempre.

Faúndez nació en 1998, en un comercial de
telefonía móvil. Se presentaba como el primer chileno de clase media en tener
celular. Creció en el mercado junto al Calling Party Pay y la democratización
de los planes tarifarios, convirtiéndose, entre otras cosas, en sepulturero del
celular de palo. Faúndez representó para sociólogos, analistas y líderes de
opinión de la época, un personaje inefable, el chileno medio que creía y quería
participar en el sistema de libre mercado, ya que confiaba en el esfuerzo
individual. Faúndez fue mucho más que un gásfiter: se convirtió en el guaripola
de los llamados emergentes, los mismos que a fines del siglo pasado casi logran
llevar a Lavín al sillón presidencial.

Siempre he creído que el fenómeno Faúndez cayó
tan bien porque contaba una muy buena noticia: todos querían tener celular y
desde ese momento ya se podía. Además fue una de las primeras veces que
aparecía en un comercial de televisión gente de verdad, gente común y corriente
y que más encima era capaz de ganarle a un grupo de aspiracionales ejecutivos.
Debo reconocer que cuando pienso en el personaje Faúndez, y al recordar los
años que trabajé haciendo sus guiones, me siento un poco como el doctor Víctor
Frankenstein, por haber creado, sin pretender hacerlo en un principio, un
verdadero monstruo mediático.

Así que cuando me pidieron escribir sobre qué
estaría haciendo y pensando Faúndez sobre la crisis financiera que azota al
planeta, lo tomé como una obligación. No lo pensé dos veces y acepté con la
misma decisión con la que uno debe patear un penal faltando cinco minutos para
que termine el partido.

Plan de salvataje

El “personaje del año” elegido en
1999 por el cuerpo de Reportajes del diario La Tercera, actualmente -gracias a
su espíritu emprendedor- ya cuenta con su pyme o mejor dicho micropyme, como le
aclararon los del banco cuando no le quisieron dar el crédito para expandirse y
así probar otros mercado como él pretendía. Su objetivo era importar alguna
“novedad del año”, seguir su instinto. Pero no se pudo, no era el
momento quizás, así que pastelero a tus pasteles, electricista a tus paneles o
a tus contratos y se concentró en su negocio.

Aunque desde entonces pega no le falta, está
asustado y no sabe por qué ni de qué. Cree que debe ser cauto, no hay que
arriesgarse innecesariamente ni gastar lo que no se tiene. Los años le han
quitado un poquito ese atrevimiento y desfachatez que lo convirtieron en un
fenómeno hace una década. Su abuela siempre le decía que cuando se caen las
vacas, las hormigas mueren aplastadas; así que hay que tomar medidas, hay que
replegarse, porque esto de la crisis huele muy mal, igual que las vacas.

El mes pasado empezó a implementar su propio
plan de salvataje. Lo primero que hizo fue congelarle el sueldo a su asistente,
a pesar de que la paga la habían acordado meses atrás. Obviamente el asistente
se independizó, llevándose un buen número de clientes, así que Faúndez le hizo
la cruz, sin importarle que también era su compadre.

Faúndez sin ser religioso sólo cree en el
trabajo, sabe que él es su empresa y que con su esfuerzo, su inagotable
sonrisa, su cero miedo al ridículo y su capacidad de reírse de él mismo, ha
conseguido mucho más de lo que esperaba en la vida y eso hay que cuidarlo,
porque no es fácil mantener una casa no tan propia (todavía le quedan 8 años de
dividendos), furgoneta (momentáneamente parada por el tema de la bencina y
otros), televisor plasma (aunque generalmente lo ocupan los niños para ver
Cartoon Network y Nickelodeon) y su máximo orgullo, un iPhone… o sea no es
exactamente un iPhone, es más bien la versión china que es casi igual, incluso
viene con la manzanita, pero tiene el mordisco al otro lado. Pero bueno, está
la crisis, tiene casi tres meses atrasada la cuenta de teléfono, dice que le
cobraron llamadas que nunca hizo, así que mientras la cosa no se arregle, le
cambió el chip al teléfono y ahora le pone minutos con tarjeta, pero da lo
mismo, sigue siendo un iPhone o casi un iPhone. “Ojalá éste no me lo
roben” repite todas las mañanas, y, a modo de cábala, le da tres besos en
cada lado antes de salir al trabajo.

Wall Street por la TV

Faúndez está nervioso, no deja de leer y
escuchar malos augurios con respecto a la crisis financiera, aunque no entiende
demasiado qué pasa (su tema es la “ingeniería electrónica y las
instalaciones varias”). Ojea los diarios y le llaman la atención esos
gringos que andan con la cara empuñada por el tema de las bolsas. Su única
certeza es que esos señores tampoco saben nada de lo que pasará. Tiene un
sobrino universitario y antisistema, que está feliz y no se cansa de repetir
que estamos viviendo la derrota de un sistema egoísta, celebra por la muerte de
la globalización económica, por el fin las políticas de Greenspan. Pero Faúndez
se queda pensando en lo caro que está el pan -que ya cuesta arriba de luca el
kilo- y que tiene hambre, quiere tomar once con marraqueta y palta. Mientras
espera que den los goles del fin de semana, en la tele dicen que todo se debe a
la caída del precio de las viviendas en EE.UU., pero él no se traga mucho esa
teoría: el dividendo de su casa sube todos los días; claro, está en UF.

En todo caso este año también ha traído buenas
noticias para Faúndez. A pesar de los malos augurios y anuncios de tormenta que
no le dejan la cabeza en paz, tiene por qué celebrar: hace pocos meses terminó
de pagar el crédito que lo llevó a él y a toda su familia a ver a Chile en el
mundial de Francia 1998. “El Bam-Bam ya ni juega y yo sigo pagando”,
le repetía todos los meses al cajero del banco, cuando entregaba la
mensualidad. Hasta la vigésima cuota el chiste le causó risa al cajero, eso
hace cuatro años. Pero bueno, ya terminó y justo a tiempo porque se juramentó
que si Chile clasificaba al mundial de Sudáfrica, él los acompañaría sí o sí,
los jugadores necesitan el apoyo, los muchachos confían en mí, se ha atrevido a
justificar frente a su señora.

Viene el apriete

Faúndez está preocupado porque todos le dicen
que hay que estar preocupado. Pero tiene claro que con crisis o sin ella, hay
que seguir trabajando. Egresó de esos colegios industriales que fabrican mano
de obra, aunque él era distinto a sus compañeros: tenía emprendimiento,
pachorra, ganas de surgir, y a eso se aferra para capear las tormentas, sean
crisis económicas, matrimoniales o cualquiera de las que ha vivido o las que
falta por vivir.

Pero hay que seguir tomando medidas también
dentro de su familia. ¿Cambiar a sus hijos del colegio terminado en british
school y que queda cerca de su paradero y medio? Lo ha pensado, pero aún no lo
decide; son cuatro matrículas, cuatro cuotas todos los meses, él cree que la
educación no sirve de nada sin esfuerzo, pero por otro lado los colegios
privados son mucho mejor que los públicos. Mientras tanto Faúndez prefiere por
ahora echar mano a otras cosas: reducir a una vez al mes la visita a la
parrillada bailable camino al sur que acostumbra frecuentar domingo por medio
con toda su familia; informar que este verano no arrendará la casa en El
Quisco; ni que tampoco hay que esperar una Navidad muy regalada. Le gustaría
pedirles a sus hijos que este año no crecieran para no gastar tanto en ropa y
zapatos, pero sabe que es imposible. Es mucho más fácil que su señora deje de
sobregirarse con cuanta tarjeta de multitienda existe en el mercado y aunque ya
le advirtió que tiene que dejarlas, ella le contesta siempre y cuando te
olvides del mundial de Sudáfrica y hasta ahí llega la conversación.

¿Sub cuánto?

Tanto trabajo eso sí le está pasando la
cuenta, se siente más cansado, el pituto es fecundo pero no perdona, tiene un
problema en la espalda que ya le tomó el hombro derecho, afortunadamente lo
cubre el AUGE así que en 15 meses más lo van a operar… si es que ese día hay
cama, y claro, el doctor le advierte que mientras tanto tiene que cuidarse,
estar un poco más relajado, tomarse las cosas con calma ya que también le
encontró “el sistema nervioso”, como dice Faúndez, pero no se puede,
la competencia está más cruel que nunca, el que pestañea pierde hasta las
orejas.

También le hablaron de su jubilación. Le
preguntaron en qué fondo de pensión estaba: si en el A, B, C, D o E. Faúndez
sin pensar y sin tener idea que se podía elegir entre distintos fondos contestó
“en el A”. “Preocúpate entonces”, le dijeron. Por eso entró
a la página web de su AFP, trató de ver su cuenta, pero le pidieron una clave
de acceso que no posee y que debía ir a retirar a cualquiera de las sucursales
a lo largo de todo el país, pero no hay tiempo, Faúndez cierra la página sin
importarle demasiado, porque para él la jubilación está muy lejos, igual que la
famosa crisis que en cualquier momento golpea al país y que no tiene nada que
ver con el alza de las verduras de principios de año como pensaba Faúndez. Está
todo tan caro piensa, por eso poco le importan los bonos sin respaldo, los
créditos basura o las hipotecas tóxicas, si al final del día lo importante es
cuántos interruptores pudo arreglar, cuántos enchufes pudo cambiar y cuánto de
la cuota pudo pagar.

Tampoco le importan los miles de afiches que
empapelan su comuna y que muestran candidatos sin ninguna diferencia, sin
siquiera mostrar sus partidos, como avergonzados de ser políticos. “Pa eso
me presento yo”, piensa cuando camino a casa su alimentador atraviesa el
desfile de caras sin nombres y apellidos sin peso que cuelgan por todos lados.

Antes de acostarse, como casi todas las
noches, Faúndez sólo piensa que mañana nuevamente tiene que levantarse temprano
para seguir escuchando malas noticias, para seguir soñando con llegar a
Sudáfrica, para pelear por su centímetro cuadrado de Transantiago, con la
esperanza de que no le roben el celular y que lo llamen varias veces para poder
contestar en su casi iPhone: “Aló Faúndez, ingeniería electrónica,
programación de sistemas, instalación de redes, pintura, costuras, gasfitería,
carpintería, llaves al minuto, confección de cortinas, animación de eventos,
cumpleaños, jardinería, hojalatería, riego automático, albañilería, piscinas,
opinología, reiki e instalaciones varias… buenas tardes… sí, sí, voy para
allá”. Su instinto le dice que quizás ya es tiempo de diversificarse.