Expansión. Salva López (@viajerosonico) No deberíamos hablar de innovación sin hablar de creatividad. Picasso
decía que todos los niños nacen creativos, y que la cuestión es si lo
seguirán siendo al llegar a adultos.
La creatividad es un tesoro que necesitaremos durante toda la vida,
especialmente en nuestra etapa profesional. Los celestiales Pink Floyd
se quejaban en The Wall del restrictivo sistema educativo inglés de su
época, que extirpaba toda creatividad del individuo que se atreviera a
pensar fuera de los cánones establecidos. «No necesitamos esta
educación, no necesitamos que controlen nuestros pensamientos»,
señalaban vehementemente.
Ese tema es el himno de todo el que trata de expresar su creatividad
en un entorno que no se lo permite. Y es curioso que muchas de las
mayores bandas de rock nacieran en escuelas. George Harrison tenía 14
años cuando se unió a los futuros Beatles. Genesis, U2 o Radiohead
también se formaron en el colegio.
Parece que la creatividad de nuestra raza se concentra
principalmente en los artistas, pero en realidad todo el tejido social
debería poder desarrollar y ejercer su creatividad.
Como dice el gran trompetista Wynton Marsalis: «Nadie tiene que
buscar la creatividad, pues todos nacemos con ella. Lo único que hay
que hacer es no ponerle barreras». Pero el aspecto más interesante de
la creatividad es que genera una energía que mueve el mundo y que se
llama entusiasmo. Las organizaciones modernas deberían estar enfocadas
a gestionar el entusiasmo, en lugar del talento. El talento es sólo una
capacidad, y el entusiasmo es una energía que puede mover el talento
más allá de lo imaginable.
En el mundo de las organizaciones, la creatividad tiene un enorme
poder. No sólo el de generar buenas ideas que la acerquen a sus
objetivos, sino el de encender la llama del entusiasmo. Cualquier
organización que busque motivar a sus empleados debe generar los
mecanismos necesarios para estimular y canalizar la creatividad de su
equipo.
Pero ésta debe ser adecuadamente gestionada. Sucede a menudo que
cuando alguien tiene una buena idea recibe un premio inesperado: un
martillazo. A uno se le ocurre una idea magnífica, se la cuenta a su
jefe y en lugar de recibir los recursos necesarios se le dice: «Muy
bien, muchacho. Adelante con ello, pero recuerda que sigues a cargo de
todo lo demás». Con lo cual, puede acabar desbordado y estresado.
Todos necesitamos nuestra dosis de entusiasmo. Si no la encontramos
en la escuela cuando somos estudiantes, la buscaremos en una banda de
rock con los amigos. Si no lo hacemos en nuestro trabajo…
Salva López es profesor de ESADE. Autor del libro ‘Rockvolución empresarial’