El expresidente Piñera abandonando el Congreso después de entregar el cargo, conduciendo un auto coreano y enfilar solitario hacia el horizonte como final de western, demostró que llegó y se fue creyendo que los chilenos somos tontos. Una semana después lo encontraron en su Audi con chofer y sin gasolina en una calle de Santiago. No es el único, el último tonteo nos lo regaló el Ministro de Educación Nicolás Eyzaguirre, afirmando que los padres no sabemos elegir colegios, que nos engañan con nombres en inglés y la expectativa de alumnos de pelo claro. Bueno y cada vez que las autoridades prometen que saldrán a explicarnos sus políticas, a ver si entendemos.
El libro Apología de la intuición. O como comprender el desprestigio de la democracia y la empresa de Eugenio Tironi está escrito ciertamente para la élite, para cincuentones con heridas cicatrizadas, asumidos de sus logros y fracasos. No lo leerán voluntaristas, oportunistas ni aventureros, para quienes la política siempre será una gesta de refundación radical, del todo por el todo, total e inmediata, bueno y si no se logra o se nos pasa la mano, ya encontraremos a quien echarle la culpa.
Se trata de un relato más filosófico que político (casi un seminario), escrito justo para estos años, meses y semanas del Chile en proceso de transformación. Un metarrelato, que explica muy bien las razones de los logros de veinticuatro años de democracia y también las sombras de este período, pero sobre todo ofrece un poderoso mapa para el futuro, para religitimar la democracia, para acercar a las instituciones y líderes con los ciudadanos, para comprender la indignación, mitigarla en parte y aprender a vivir con ella.
Mucho más lúcido que acusar de entreguismo y transacción, o de defender la totalidad del proceso democrático, pone la explicación a la indiferencia democrática y el malestar, en la cultura de la modernidad que en su momento reemplazó la fe religiosa por una total autoridad en las ideologías y luego en las ciencias. Todo discernimiento social político se entregó a los expertos con sus propios lenguajes, rituales y visiones de realidad, con su epítome en el Modelo económico y constitucional impuesto por la dictadura de Pinochet, incuestionado hasta 2011. Se fue perdiendo el respeto en una sociedad más diferenciada en identidades e intereses, más educada y con mayor bienestar, eclosionando con este cambio de generación en las elites más educadas que ya no tienen temor, que no ven ni valoran lo que sus adultos vieron, valoraron y temieron, que lo quieren todo y ahora.
Advierte la insuficiencia de buscar soluciones en cambios institucionales como nuevas constituciones o leyes electorales, lo cual ya quedó en evidencia con el voto voluntario y las primarias, que no impidieron una nueva baja en los votantes. Más que cambiar las leyes, es necesario cambiar la cultura de liderazgo y las prácticas de inclusión de los ciudadanos en el proceso de decisiones, como su experiencia de los Foros Híbridos como una buena alternativa de solución para conflictos locales, que podría ampliarse para procesos de diálogo social más amplios como la reforma de la educación. En cualquier caso, recuperar y revalorizar el mundo y el sentido de la política como lugar de diálogo, de entendimiento, de hacer que las cosas ocurran, aunque siempre sinuosamente, imperfectamente y no totalmente transparente.
Puede sonar un llamado a un tipo de pragmatismo neutro, incluso algo cínico, pero es también una convocatoria a recuperar una verdad profunda de la imposibilidad tanto de acceder al conocimiento definitivo, como de alcanzar los fines políticos deseados, porque incluso acercándose, ellos cambian. Más bien es un llamado a la humildad de los líderes, de entender como un valor y no como un obstáculo escuchar a todos los actores, a construir consensos duraderos y a dejar puertas abiertas de salida para que los errores no se conviertan en crímenes.
Lleva también una infinidad de guiños diversos a la iglesia católica, a los empresarios y a las raíces chilenas no capitalistas.
Me habría gustado una reflexión sobre el lado b de la reivindicación, la micro trampa o la micro negligencia de la cultura ciudadana y laboral, la destrucción de lugares públicos y patrimoniales, la triquiñuela. Todo eso que no nos gusta mirar del chileno que marcha exigiendo sus derechos.