Eugenio Tironi: “Mi generación tiene que hacerse a un lado”

Dice que la generación del Mapu fracasó, que no logró construir una nueva fuerza política. Y anuncia la muerte de este pequeño pero poderoso grupo de dirigentes que durante años actuó de puente entre el mundo de la DC y la izquierda. “Se acabó la cultura transversal de la Concertación”, afirma.

Claudia Alamo
La tercera (11-09-2005)

Mientras en la Concertación muchos se solazan y apuestan al triunfo en las elecciones de diciembre próximo, Eugenio Tironi pone una mirada menos festiva y advierte que no hay ninguna certeza de que este nuevo modelo de coalición -menos transversal y más formal en la relación entre los partidos- funcione en un eventual gobierno de Michelle Bachelet.

Este sociólogo y empresario afirma que entre los aliados se diluyó el afecto, se acabaron las confianzas y que ahora la coalición más parece una junta de accionistas que un proyecto político con un ideal común. “La Concertación que hemos tenido hasta ahora, ya no existe más”, asegura convencido.

De ahí que Tironi sea tan categórico en anunciar la muerte del Mapu, aquella generación de dirigentes que hizo su estreno en sociedad en los 70, pero que a partir de 1990 jugó un rol esencial en los gobiernos de la Concertación porque funcionó como bisagra y tendió puentes entre el mundo DC y la izquierda. Ese pequeño pero influyente grupo de personeros nacidos bajo el paraguas del Mapu, había sido hasta ahora el gran dueño de la intermediación política y ocupó importantes zonas del poder político. Ahora, según Tironi, esa generación cayó. Aquí explica por qué:

Usted declaró la muerte del Mapu. ¿Se cerró un ciclo o se está jubilando a una generación anticipadamente?

Las generaciones son reflejo de ciertos ciclos históricos y la del Mapu fue la expresión de un ciclo que ahora está cerrándose.

Pero muchos líderes del Mapu, como Enrique Correa, José Miguel Insulza, José Antonio Viera-Gallo, no son unos viejitos que estén cerrando el boliche. Más bien, parece que sólo están quedando fuera del juego…

Muchos de ellos pueden seguir sobreviviendo o actuando, pero en roles distintos. El papel que jugaron como “generación puente”, no pueden seguir jugándolo más. Eso fue lo que le pasó a José Antonio Viera-Gallo en el PS. En el fondo, lo que le dijeron fue: “Ya no más. Tu rol de articulador de acuerdos, de ser un puente entre mundos distintos, no nos interesa”.

¿Y por qué Viera-Gallo es tan simbólico? ¿No se estará sobrerreaccionando?

Completamente. Por lo mismo, no fui a la comida de Viera-Gallo. Me pareció desproporcionado. Fue como el funeral del Mapu. Pero quiero aclararte que no soy un viudo del Mapu. Todo lo contrario. Soy de los que han venido diciendo que mi generación tiene que hacerse a un lado.

¿Por qué?

Porque somos una generación de sobrevivientes. Tenemos una obsesión por el orden que es excesiva para los tiempos actuales.

Usted tiene 53 años. ¿No será joven aún para hacerse a un lado?

Este no es un problema de edad biológica. Es un cambio en el modo de hacer las cosas. Si uno mira la conformación del comando de Michelle Bachelet, observa que hay una tendencia a descansar más en las estructuras formales de los partidos. Y ya no tanto en los núcleos transversales. Es decir, aquella coalición que se basaba en la confianza, en los vínculos y relaciones de un núcleo transversal, ahora ha optado por los acuerdos formales entre sus dirigentes. Pero ese núcleo transversal que estaba en La Moneda en los tiempos de Patricio Aylwin, que luego siguió con Eduardo Frei y que estuvo menos representado en los tiempos de Lagos, ya no existe más. Lo que estamos viendo es que hoy las instituciones funcionan.

¿Y ese análisis se puede deducir sólo de la incorporación de la DC al comando?

…Llamó la atención la manera en que entró la DC. Se tuvo con ellos contemplaciones y cuidados como sólo se tienen con un socio al cual no se le tiene confianza. Finalmente, se optó por gente que tuviera peso en la DC y no por personas que creyeran más en la Concertación como proyecto. Por lo tanto, la Concertación que hemos tenido hasta ahora, ya no existe más.

¿Se acabó la Concertación?

No, lo que se acabó es la cultura de Concertación. Si hay que graficarlo, la coalición se trasladó a la calle Londres, a esas reuniones en que están sentados todos los dirigentes de partidos, pero dejó de tener alma propia. Es lo mismo que esas empresas que parten de la nada entre varios amigos, pero de pronto entra la segunda generación y encuentran que todo es muy informal. Deciden institucionalizar las cosas y hacer un pacto de accionistas. Y lo que era el espíritu pionero de esta alianza, se reemplaza por las precauciones jurídicas. Los que hacían de puente quedaron out y se fueron para la casa.

El fin de los afectos

¿Y eso es bueno o malo para el futuro de la coalición?

No lo sé. Lo que es claro es que las instituciones son el mecanismo que se dan las organizaciones para sustituir el calor humano. Las instituciones son frías, impersonales, pero permiten resolver conflictos. Y eso es muy distinto a lo que habíamos tenido hasta ahora. La Concertación descansaba menos en la formalidad y mucho más en el calor humano. Ese calor se ha ido extinguiendo. Y ahora hay que ver si las instituciones de la Concertación funcionan.

¿Qué le dice su instinto político?

Más que un político, yo miro las cosas desde la sociología. En ese sentido, yo creo más en los vínculos afectivos, en esa especie de fondo común de sentimientos, de sueños, de frustraciones compartidas. Ese es, a mi juicio, el sostén de la sociedad. Por tanto, confieso que estoy mirando lo que viene con signo de interrogación.

¿Le provoca temor esta Concertación que está emergiendo?

…Se está inventando algo nuevo. Esta no es la Concertación que conocimos desde fines de los 80. Así que antes de pronunciarme, quiero ver qué pasa. Pero reconozco que no tengo la certidumbre de que esto vaya a funcionar. Un gobierno no puede descansar únicamente en una coalición cuyos afectos son sustituidos por la formalidad de los acuerdos entre sus dirigentes. Para gobernar bien, hay que tener capacidad de crear redes afectivas y de confianza.

¿Y cuál es el temor?

Temo que ahora esas redes no existan, que se les dé poca importancia y que se crea que se puede gobernar únicamente apelando al cariño del pueblo, prescindiendo de las intermediaciones. Eso no funciona así en Chile. Y es allí donde esta “generación Mapu” puede echarse de menos.

¿Por un asunto de gobernabilidad?

Claro. Porque las instituciones funcionan, pero funcionan sobre la base de confianzas. Las redes se cultivan. Ricardo Lagos cultivó vínculos durante 20 años con los distintos segmentos de la sociedad. Eso le permitió dar gobierno a una sociedad compleja como la chilena. Ese no es el caso de Michelle Bachelet. Ella emerge sorpresivamente con un impacto gigantesco sobre la opinión pública, y en lo más privado, con una relación preeminente con un solo partido, el PS.

Pero Bachelet es la heredera de Lagos, ¿o no?

Desde el punto de vista de la gente, sí.

¿Y desde el punto de vista de la clase política?

No. Ella es parte de otra generación. Lagos es casi la quinta esencia de la historia de la transversalidad en Chile. En ese sentido, Lagos es como un “Mapu Platinium”. Probablemente, Bachelet va a ser más partidaria de que cada uno de los actores se siente a la mesa a partir de lo que son. Su gobierno va a ser más como una reunión de directorio que como una coalición con cultura común. Las reuniones no se harán en la Mansión de la Novia, donde se forjó la Concertación, ni tampoco en el München.

¿Tiene una mirada crítica de ese cambio?

No. Es un paso inevitable, pero no sabemos cómo va a funcionar. A eso, súmale que el próximo será un gobierno corto. No podrá enfrascarse en pugnas testimoniales o presentar proyectos que no cuenten con la mayoría. Va a requerir habilidades de gobernabilidad, habilidades transversales y redes. Lagos tuvo que hacer transacciones en el Plan Auge para poder sacarlo…

¿Quiere decir que hay que transar para avanzar y no avanzar sin transar?

Absolutamente. Esa es la esencia de la transición. Esa es la generación Mapu. Y eso es lo que le ha valido a gente como yo, la cantidad de improperios que hemos recibido de cierta cultura de izquierda, que ha visto en esto una permanente tranzaca.

“Fracasó el Mapu”

¿El liderazgo de Bachelet ha determinado este cambio? ¿Habría sido distinto con Soledad Alvear?

Habría sucedido lo mismo. El hecho de que Soledad no fuera la candidata, ya revela que se estaba cerrando un ciclo. En cierto modo, Alvear se posicionó como expresión transversal de la Concertación.

¿Y qué le pasa a usted con este cambio? Parece nostálgico…

No. Primero que nada, no me siento parte de la generación del Mapu. No soy Viera-Gallo, Correa, Insulza o Flores. Ellos eran cuasi ministros cuando yo recién salía del colegio. Ellos vivieron la Unidad Popular y todo lo que vino después del golpe, de un modo distinto a cómo yo la viví. En ese sentido yo los he observado a ellos. No soy parte del núcleo.

Pero siempre se le ha apuntado como parte de ellos.

Siempre se me ha asimilado como uno más del club, pero no lo soy. Además, lo que hoy llamamos Mapu se refiere al de Jaime Gazmuri, de Enrique Correa, de José Miguel Insulza. Ese era el Mapu del poder. Yo estaba en el Mapu que lideraba Carlos Montes, que era más marginal, más ajeno y desconfiando del poder.

Sin embargo, usted ha sido parte del engranaje del poder. No creo que esto le sea indiferente…

Yo aposté a que todos íbamos a ser Mapu en el sentido de que la Concertación iba a dar lugar a la creación de una identidad nueva, a un proyecto político que pudiera organizarse como una federación en que todos pudiésemos transitar entre un liderazgo DC, un socialista, pepedé o un radical. Pensaba que sería un hogar común en que las identidades ya no estuvieran fundadas en los partidos previos al ´73, sino que pudiera fundarse a partir de lo que había sido la experiencia de la transición a la democracia. Ese proyecto fracasó. Y el alma de ese proyecto era la generación del Mapu.

¿Fracasó el proyecto o fracasó la generación del Mapu?

Fracasó la generación Mapu. No logró crear un proyecto fundacional ni tampoco pudo darle a la Concertación una nueva identidad política. Hoy los partidos políticos vuelven a sus reductos originales.

¿Era un proceso natural o aquí se están cobrando cuentas porque el Mapu copó el poder?

Efectivamente, la generación Mapu copó muchas posiciones de poder, porque ese núcleo transversal fue esencial para el nacimiento de la Concertación y para el éxito de la transición. Ahora se entiende que este grupo ya cumplió su tarea. Y las criaturas que fueron naciendo en estos años ya se sienten adultos y quieren sus propios espacios. Entonces, más que una pasada de cuentas, este es un asunto de maduración. Era inevitable.

La causa laica

En este escenario, ¿Bachelet necesita más a la DC para gobernar o menos?

La necesita más, porque detrás de la DC está la cultura de centro, católica, que tal vez es menos globalizada, menos glamorosa, pero que representa a una parte muy importante del alma de Chile. Pero veo que algunos consideran que la DC está de capa caída, la Iglesia Católica también y que el mundo conservador en general está en retirada. Eso hace que el mundo progresista esté muy envalentonado.

En el PS y el PPD hay quienes creen que, por la alta adhesión que ella tiene, puede perfectamente ganar y gobernar sin la DC. ¿Ahí está el peligro?

Creo que ahí hay un elemento más de fondo. El mundo del PS-PPD se siente como nunca interpretado por Michelle Bachelet. Incluso más que con Lagos. Por tanto, ha establecido relaciones con ese mundo católico de la DC por la vía de tener un buen vínculo institucional. Pero me preocupa que este puente puramente institucional no sea suficiente para gobernar.

¿Por qué? ¿Porque es una jugada a corto plazo?

Primero, porque ese puente se puede bombardear en cualquier minuto y ahí sí que se acabó la Concertación. Y segundo, porque creo que hay gente que está más interesada en la causa laica y en minimizar la influencia de la cultura católica que en asegurar un buen gobierno para Bachelet. Es decir, el gobierno de Michelle es visto como funcional a ese propósito superior. En ese sentido, se cambió el norte, al menos mi norte.

¿Cuál era su norte?

Siempre había sido partidario de producir una fusión entre el catolicismo progresista y el mundo laico. Tal vez eso tiene que ver mucho con nuestra experiencia del golpe de Estado.

¿En qué?

En que fue la ruptura de esos dos mundos lo que terminó con la democracia en Chile. Y me preocupa, porque veo que el mundo que al que yo pertenezco culturalmente, que es el socialista, no tiene el interés de producir esa convergencia. Su interés es que la causa laica se perfile con más fuerza. Me da la sensación de que para algunos no importa si el gobierno de Bachelet no es muy bueno, pero “es nuestro”. Y ese un punto de vista es muy distinto al que ha prevalecido en la Concertación desde el ´90. Nuestro gran objetivo era tener un buen gobierno, “aunque no sea tan nuestro”.

O sea, que la izquierda se está endureciendo…

No. La izquierda se está reidentificando. Es una izquierda que durante 10 años casi no tuvo proyecto propio, pero ahora ve que puede empezar a privilegiar sus proyectos. Este ha sido un alegato que ha hecho Carlos Ominami desde hace muchos años. Y lo ha hecho con mucha claridad y con mirada estratégica. Debo decir que las cosas han ido avanzando en su dirección.

Pero Ominami no es parte del núcleo más cercano de Bachelet.

A veces uno no consigue lo que quiere a través de uno mismo…

“Aquí no hay campaña”

¿Cree que la gente que apoyó a Soledad Alvear fue castigada y por eso no entró al comando?

No creo que sea un castigo que le haya inflingido Michelle Bachelet, sino que está inflingido por la directiva de la DC, porque aquellos sienten que esas personas son poco DC y muy pro Concertación.

¿Pero Bachelet no debiera abrirles más la puerta?

Debiera, pero eso le significaría un conflicto con la directiva. Ese es el dilema.

Aquella gente de izquierda que, como usted y Enrique Correa, apoyaron a Alvear, hoy son mirados con desconfianza.

Francamente no lo siento así.

Pero ninguno está en la campaña. Y hasta ahora, siempre habían estado…

Pero es que aquí no hay campaña. No hay competencia, no hay adrenalina. Bachelet tiene una ventaja irremontable en que, de verdad, no tiene competidores.

Entonces, ¿no se siente fuera?

Es que hace mucho tiempo que yo no estoy. Lo mío fue una pasada de 4 años por el gobierno en que tuve un puesto bastante menor. Pero en realidad nunca he estado. Siempre he sido un observador.

Pablo Halpern escribió que algunas cosas que se hicieron, hoy serían impensables con un liderazgo como el de Bachelet. Y recordó el episodio de personeros de gobierno que fueron a comer al McDonald`s. Todo el mundo entendió que se hablaba de usted, porque usted asesoraba a esa empresa. ¿Sintió una crítica velada?

No lo sé. Puede ser… Soy parte de una generación de sobrevivientes, y las personas que sobreviven, muchas veces lo hacen manteniendo silencio y tragándose los secretos de cosas que han pasado. No voy a romper esa norma ni en este ni en ningún caso. Así que paso…

¿Qué quiere decir con eso?

Que no voy a entrar en polémicas respecto de cosas que puedan afectar a terceros.