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Eugenio Tironi: “Perdimos el candor frente al mercado”

– ¿En qué se refleja este modelo que usted ve más inspirado en la experiencia norteamericana?

– Se refleja en todo. En la economía de mercado. También en una ciudad extensa, segregada, donde muchos arrancan al suburbio, en donde se privilegia al auto. Tenemos un sistema de protección y movilidad social basado estrictamente en el desempeño individual. Una cultura que premia el éxito, el que está vinculado a la sociedad de consumo. Las jornadas de trabajo son muy largas. La felicidad está más vinculada a la libertad y autonomía que al valor de las relaciones comunitarias. Este rumbo que sigue Chile es el mismo rumbo que siguió Irlanda. La felicidad está más vinculada a emancipación de la comunidad que a pertenecer a ella.

– ¿Y eso es positivo o negativo? En su visión hay cierta sensación negativa, que nos estamos perdiendo algo.
– Hemos hecho todas las tareas que impone el modelo de modernización norteamericano, pero hemos llegado a un punto tal que tenemos que pensar hacia dónde vamos. Y en este punto no hay un solo sendero, hay varios.

Un camino es seguir en más de lo mismo: más individualismo, más quiebre de los vínculos comunitarios, más competencia, más desprotección, más libertad, pero más angustia. Ese camino, a mi juicio, conduce a la infelicidad. Y ahí está el caso irlandés. El otro camino es, sin abandonar el modelo norteamericano -o sea, sin abandonar el mercado-, incorporar más estas variables que yo llamo comunitarias.

– ¿Qué implica eso concretamente?
– Robustecer el concepto de familia, por ejemplo. La familia es esencial para compensar la incertidumbre, los desgarros que produce una sociedad de mercado. Cuando hablo de familia hablo en plural, no me refiero a “un” tipo de familia. En este punto creo que el hecho de que los homosexuales reivindiquen el derecho a constituir una familia es un triunfo de la institución familiar, porque demuestra que la idea de un individuo solo es una vía infeliz. También hay que pensar en el empleo no sólo en términos de productividad, sino empleos en términos de pertenencia a una comunidad.

– ¿Pero usted cree que puede alguien -digamos un candidato- imponer un cambio a un modelo que tiene raíces culturales profundas?
– Esa persona ya vino. Bachelet representa esto. La razón por que ella emerge con la popularidad que tiene sin hacer campaña es porque representa simbólicamente esto. Ella vuelve a poner en la agenda emocional el valor de la acogida, del perdón, de la participación. Bachelet pone acento en dos grandes fuentes de angustia e infelicidad: la educación preescolar (la niñez) y en la previsión (la vejez). Son las dos grandes fuentes de incertidumbre. En eso ella le da en el clavo. El déficit del modelo -las correcciones si se le quiere llamar así- no viene dado por la racionalidad, sino por hacerse cargo de estos déficits afectivos. Tenemos una elite y una clase política totalmente focalizada al Producto Interno Bruto, el PIB. Necesitamos hoy una elite que comience a pensar en la Felicidad Interna Bruta, en la FIB.

– Pero se dice que en países en vías de desarrollo la felicidad es un “suntuario”.
– Eso es un error. Estudios dicen que efectivamente la gente más rica es más feliz que los pobres y que los países ricos tienen una tasa de felicidad más alta que los pobres. Pero a partir de cierto momento, la riqueza tiene rendimientos decrecientes en relación a la felicidad y ésta se estanca. Países como Inglaterra, Japón y EE.UU. tienen tasas de felicidad estancadas desde los años 50.

“Hay insatisfacción”

– ¿Los chilenos sienten más angustia?
– Sí, hay síntomas claros. Por ejemplo, lo fuerte que nos golpeó la declinación económica, porque ni siquiera se puede hablar de crisis la económica, de 1998. Ahí perdimos el candor frente al mercado y las modernizaciones. Nos dimos cuenta de que la economía y el mercado tenían puntos altos y bajos y que en los bajos nadie nos protege salvo la familia. Hoy, en la medida que la economía se recupera, miramos las cosas con más cuidado y precaución. Estamos menos embalados que antes. Llama la atención el importante rol que se le da a la familia en una país que idolatra tanto la individualización y la competencia.

– ¿Hay insatisfacción?
– La gente siente que todo lo que hace, vive y trabaja es necesario, pero no es suficiente para ser feliz. Y hoy levanta un poco la cabeza y mira más allá. Incluso está dispuesta a sacrificar niveles de consumo y de competitividad por calidad de vida, medio ambiente, vida familiar, por darle tiempo a sus hobbies, etc.

– ¿La elite está en sintonía con esa mirada?
– Creo que sí. Estamos en un período más reflexivo. Además, emerge una segunda generación en el mundo empresarial. Hoy, por ejemplo, los conflictos medioambientales no se enfrentan desde el punto de vista empresarial como se hacía en los ’90, cuando cualquier demanda atentaba contra el derecho de propiedad.

– Lamarca dijo a La Tercera que hay una cierta complicidad entre la elite política y la económica para mantener el statu quo. ¿Comparte eso?
– Si la elite no toma este tema y le da prioridad no sólo al PIB sino al FIB, es muy difícil que las cosas cambien. Los estudios demuestran que una de las variables que producen más infelicidad es la desigualdad. No es carecer de algo, sino el hecho de que unos pocos tengan eso en exceso y otros no lo tengan. Combatir la desigualdad -y hacerlo en serio- debe ser encarado por las elites políticas y empresariales, en forma unida, no enfrentadas.

– Pero ¿cree que hay una complicidad en estas dos elites para no abordar el tema?
– No, no lo veo así. Es cierto que ha habido una complicidad, pero no con este fin, sino para consolidar el modelo. Y ella ha sido exitosa. Sin esa complicidad no tendríamos ni una democracia ni una economía de mercado estables. Ahora bien, logrado esto hay que crear una nueva complicidad en torno de estas nuevas variables.

Esto es más que corregir el modelo. Tampoco reinventarlo. Es darle una dirección. Es asumir que esto no funciona por el puro chorreo y que el crecimiento económico no es capaz de resolver todos los problemas. Se necesita una nueva complicidad para definir qué queremos: Irlanda o Escandinavia. Como no estamos chapoteando sino flotando bien, podemos plantearnos un problema estratégico. Ojalá éste fuera el debate en esta campaña. Pero no veo esa reflexión.

– ¿Qué pasa si seguimos el mismo camino?
– Podemos llegar a ese síndrome irlandés, en el cual los altos índices de crecimiento económico, van acompañados de incrementos de la tasa de suicidio, del crimen, drogadicción, que no hace a la gente más satisfecha, sino más miserable. Es momento de que la elite reflexione y diga para dónde queremos ir

Mirando a Escandinavia

– Usted dice que hay que huir del modelo irlandés. ¿Qué modelo seguir?
– Es muy interesante el modelo escandinavo. No se puede decir que no sea competitivo, globalizado o eficiente. Pero han logrado una ecuación en el uso del tiempo entre trabajo y familia, o entre crecimiento y medio ambiente, que es notable. Es un modelo que no tiene nada que ver con el modelo de los 60, que era mucho más estatal. Han introducido más flexibilidad y más mercado, pero siguen teniendo este componente comunitario. El ancla sobre la cual descansa la felicidad de las personas es sentir que participan o pertenecen a una comunidad o proyecto que tiene fines comunes.

– Esta idea de los bienes comunitarios puede llevar a un alza de impuestos. En los países escandinavos los impuestos son altos. En Chile, en cambio, el planteamiento del sector empresarial es no subirlos.
– Ese es un tema fundamental. No tiene que ver con la minucia de si se sube uno o dos puntos más, sino la noción misma. Hay un modelo donde el óptimo es no pagar impuestos, de modo que cada uno maneje su propios recursos y se sea más autónomo y más libre. El segundo modelo es acumular recursos destinados a financiar los bienes comunes de la sociedad y que son administrados por el Estado. El primer modelo genera menos felicidad social que el segundo. Porque paradojalmente la autonomía, la libertad ad infinitum, no conduce a la felicidad, sino a la infelicidad.

– ¿Usted ve a los empresarios dispuestos a aceptar ese segundo modelo?
– Una objeción que siempre se ha esgrimido es que se requiere un rol más eficiente del Estado, con menos corrupción y menos fuentes de privilegios para ciertos grupos. Creo que esas cosas hay que barrerlas, y para ello hay que seguir modernizando y haciendo más transparente el Estado, para eliminar dicha suspicacia.

– La pregunta es quién se atrevería a plantear este tipo de reformas impositivas y en cuánto tiempo hacerlo.
– Así como la izquierda legitimó el mercado, a lo mejor la derecha es la llamada a legitimar la reforma impositiva.

– Usted trabaja asesorando empresarios. ¿Cómo los ve a ellos en este debate?
– Hoy somos todo gallinas, gallos, pollos que estamos en un gallinero, donde la máxima es incrementar la libertad, la autonomía como camino a la felicidad. Y donde la máxima es lograr eso por la vía de la competencia, de la diferenciación y del incremento de las horas de trabajo. El que deja de bailar esa música es expulsado del gallinero. En ese sentido, es buena la pregunta ¿quién empieza? Deberíamos al menos hacer un pequeño parelé en el gallinero, y decir: ‘pongamos un poco de atención a la música que estamos bailando’. Porque estamos todos preocupados de quién baila mejor, pero no nos hemos preguntado si nos gusta o no la música.

– En lo que plantea hay un cambio cultural que puede tomar mucho tiempo, generaciones.
– Las cosas que en otras sociedades toman décadas, aquí toman a veces meses. Estamos pasando desde la modernización candorosa a la modernización compleja, desde una modernización muy individualista a una modernización más comunitaria. Rasgos de eso vienen desde hace ya un tiempo: la forma íntima de cómo se celebróaronlos 30 años del golpe, Machuca, Tunik, lo que ha pasado en la televisión. Hay un proceso más reflexivo y cuestionador del curso que llevamos. Todos seguimos pedaleando, porque si no nos caemos, pero ya empezamos a mirar hacia adelante para ver hacia dónde vamos, y empiezan a abrirse distintos caminos. Y se han resuelto temas vitales para abrir el panorama: el conflicto gobierno-empresarios, que no existe más; el conflicto Fuerza Armadas-centro-izquierda, que no existe más; el tema del pasado, Allende, la UP, que no existe más.

Invirtiendo en la FIB

– ¿Cuáles son sus propuestas? ¿Más o menos flexibilidad laboral, por ejemplo?
– Hay ciertas medidas que son buenas para el crecimiento, como la flexibilización, la desprotección, pero que son malos desde el punto de vista de la Felicidad Interna Bruta. Curiosamente, la FIT se desarrolla más en ambientes más protegidos, más predecibles, más organizados.

– ¿Y cuál es el rol de las empresas?
– Las empresas no pueden seguir destruyendo los vínculos comunitarios que existían en su seno, y esos vínculos son desde el club deportivo, la carrera profesional, la transparencia en las remuneraciones, hasta una cierta participación de los trabajadores en los beneficios. Creo que es vital que la gente que labora en una empresa sienta que pertenece a ella.

– ¿Eso es trabajo de los empresarios?
– De los empresarios, de los sindicatos, de los trabajadores. Crear sentimiento de cuerpo es vital para las empresas para defenderse ante la nuevas amenazas o tensiones.

– ¿Y qué más propone usted?
– En educación todo el esfuerzo ha estado orientado a aumentar las capacidades y habilidades competitivas de los niños y adolescentes. Hoy día, junto con eso, hay que poner acento en la construcción de valores, de bienes comunes, de que se sientan parte de una comunidad que se llama Chile, y enseñarles habilidades que no son competitivas, sino que son comunitarias.

– ¿Cree que se están incubando conflictos o presiones sociales a futuro?
– No creo que estemos ante una bomba de tiempo porque la elite ha venido actuando. Lagos no fue Frei. ??l gestionó la modernización chilena más en el sentido que yo hablo. Y eso es lo que la gente está esperando, y buscando. Bachelet ha planteado una reforma previsional que parecía algo tremendo, cambiar un pilar del sistema. Y hoy parece que no hay ni discrepancias. Se pueden hacer muchas más cosas sin que el edificio se caiga.

– ¿Somos capaces de hacer estos cambios?
– Totalmente. Somos una sociedad más adulta, más segura de sí misma, llega gente de otras generaciones a gobernar, que no tiene traumas del pasado como mi generación, marcada por el ’73 y que tiene un trauma muy grande respecto al cambio. Hoy hay mayor apertura a hacer cambios, cambios en un sentido más comunitario.