quepasa. En 2003, dos profesores de Chicago -Raghuram Rajan y Luigi Zingales- escribieron uno de los libros que defienden con mayor fuerza la idea del libre mercado: Salvando el Capitalismo de los Capitalistas. Lo interesante es que proponen desechar la “mano invisible” que mece la cuna de los mercados, por una mano muy visible del Estado. Pero un Estado completamente distinto, que permita que se desarrolle la institución más democrática y menos respetuosa de la elite: un mercado verdaderamente libre. La crisis financiera desatada desde fines del 2007 ha puesto a prueba los mismos cimientos de la economía de mercado. La virtual bancarrota de varios gigantes financieros ha llevado a intervenciones igual de colosales por parte de los gobiernos, quienes tratan de proteger la fe pública. Los costos de ello probablemente los tendrán que pagar varias generaciones futuras. Por Axel Christensen
A la ofensa se sumó el insulto cuando se conocieron los paquetes de compensación y bonos de ejecutivos de empresas que recibieron fuerte ayuda estatal. Ello genera una esperable -aunque peligrosa- reacción de la opinión pública, que se traduce en respuestas legislativas que imponen fuertes gravámenes a estas compensaciones. Si a eso le agregamos lo ocurrido con el caso Madoff…
Para algunos lo anterior refleja la esencia del capitalismo: un sistema basado en la codicia, que inevitablemente saca lo peor de las personas; un sistema que sólo hace que los ricos se vuelvan más ricos y los pobres más pobres; un sistema que, regulación y Estado mediante, debe ser cambiado.
Para otros, esto no son más que algunas manzanas podridas en un gran cajón de personas bienintencionadas, quienes buscando individualmente el interés propio, colectivamente van creando un bien común, una sociedad basada en la libertad.
Para este grupo, lo ocurrido es sólo obra de algunos malintencionados que abusaban de un sistema que descansa en buena medida en la confianza entre las personas.
¿Cómo andamos por casa?
Todo lo anterior -las críticas al capitalismo y el creciente descontento popular hacia la industria financiera- parecían algo lejano en Chile hasta hace tan sólo algunos días. El pasado 13 de marzo nos sorprendimos con la noticia del acuerdo de avenimiento entre Fasa y la Fiscalía Nacional Económica en el proceso de investigación por colusión de precios -que incluye a otras dos cadenas- que ésta había iniciado en diciembre pasado.
La reacción de furia por parte de consumidores y políticos no se hizo esperar, repudiando eventuales acuerdos para subir en forma bastante abultada los precios de varios fármacos. No era para menos. Por un lado, no se trataba de cualquier industria, sino de una ligada a la salud, un área siempre sensible ante la opinión pública. Por otro, porque los acuerdos de colusión son un verdadero flechazo al corazón de la economía de mercado: la confianza en que los precios son fijados por procesos de competencia. Dejando de lado los ribetes político-electorales que ha tenido el episodio, este tipo de incidentes son sumamente graves y deben llevar a reflexionar de qué manera protegemos algo tan preciado como un sistema económico basado en la libertad de elegir y emprender.
Los otros Chicago Boys
En 2003, dos profesores de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago -el indio Raghuram Rajan y el italiano Luigi Zingales- escribieron uno de los libros que defienden con mayor fuerza la idea del libre mercado: Salvando el Capitalismo de los Capitalistas. Sin embargo, a diferencia de los mensajes que estamos acostumbrados a escuchar desde Chicago, esta vez la defensa no apuntaba sus dardos a la intervención pública o al Estado de bienestar.
Por el contrario: llaman a defender al capitalismo de quizás su peor enemigo: los propios capitalistas. Ya a fines del siglo XIX, Marx predecía el fin del capitalismo, al cual consideraba intrínsecamente inestable y lleno de contradicciones que llevarían eventualmente a su propio colapso. “Denles a los capitalistas suficiente cuerda y se ahorcarán a sí mismos”.
Rajan y Zingales escriben profusamente acerca del daño significativo que causa todo capitalista que quiere acabar con la competencia, incluyendo, por supuesto, los que se coluden para fijar precios.
Sin embargo, los autores no sólo se quedan en la crítica a lo que pareciera ser el deseo incontenible de todo empresario: tratar de construir su pequeño monopolio. Sus advertencias también apuntan a los peligros de ver al capitalismo desde la perspectiva de los perdedores en el proceso de destrucción creativa que lo caracteriza (es decir, los desempleados, los empresarios en bancarrota, los inversionistas que pierden sus ahorros), que puede llevar, en nombre de la equidad y la justicia social, a buscar cambios en las reglas del juego que causó sus males.
La mano que mece la cuna
Lo interesante de la propuesta de Rajan y Zingales es que, en lo que se consideraría una herejía, desechen la “mano invisible” que mece la cuna de los mercados, por una mano muy visible del Estado.
Pero no un Estado que cree que es mejor que sus burócratas sean quienes fijen los precios de remedios, libros o pan (algunos lectores con más canas de seguro recordarán a la Dirinco). Más bien se trata de un Estado que busque asegurar las mejores condiciones para la competencia, la entrada de nuevos actores que desafíen a los incumbentes, que tenga el músculo (y las neuronas) para no caer presa de los grupos de interés que buscan capturarlo. Que sea capaz de caminar con un gran garrote para castigar a aquellos que ponen en riesgo la confianza sobre la cual se cimentan instituciones como el mercado y la democracia (a propósito, ¿no es tanto o más escandalosa la colusión o falta de competencia en el plano político que en el de los remedios?). Que sea también capaz de ofrecer las zanahorias apropiadas si con ello es capaz romper carteles que desean fijar precios o de sindicatos que buscan elevar las barreras de entrada a los desempleados.
Lamentablemente -o afortunadamente- la crisis bancaria o el episodio de las farmacias nos ha hecho ver a muchos que el mercado no es una institución que sea capaz de volar en piloto automático todo el tiempo. Al igual que los aviones más sofisticados, los pasajeros aún nos sentimos más seguros si existe la posibilidad de intervención humana -ojalá poco frecuente, sólo cuando las condiciones realmente lo requieran-. Sin duda, los que iban en el vuelo que aterrizó de emergencia en el río Hudson, en Nueva York, agradecen haber contado con un capitán muy bien preparado y con capacidad de actuar decididamente. No creo que hayan querido una mano invisible a cargo de los comandos.
¿Colusión o corrupción?
En todo caso, debemos evitar caer en un falso maniqueísmo entre una concepción de economía de mercado con un Estado ojalá reducido a la mínima expresión -que podría ser presa fácil de grupos de interés que buscan coludirse para evitar competir- o un sistema donde el Estado tenga que estar presente en toda actividad (bancos, AFP, farmacias, transporte público) para asegurar su correcto funcionamiento -que podría ser víctima de la corrupción, especialmente si el sistema político tampoco es suficientemente competitivo-.
Las experiencias del colapso de los socialismos reales a fines de los ochenta y de lo que parece ser el actual colapso de los capitalismos salvajes debieran de hacernos pensar en que una solución intermedia -un mercado fuerte y competitivo, adecuadamente supervisado por un Estado también fuerte y competitivo- no sólo es posible, sino deseable. Si bien la economía de mercado está fundada en el interés propio, su esencia es la libertad de acceso y la competencia. Lo anterior no se puede dar gratuitamente. Debemos tener un conjunto de reglas -y alguien que las haga cumplir- que eviten que degenere en una ley de la selva, donde sólo los poderosos sobreviven. No existe institución más democrática, y que sea menos respetuosa de la elite, que un mercado verdaderamente libre.
Capitalismo 2.0
Si el colapso de las instituciones financieras gigantescas sólo se ha podido resolver con el dinero de los contribuyentes (el gobierno americano ha comprometido hasta ahora US$ 12,8 trillones en el rescate financiero, lo que equivale al 90% del PIB del 2008, o a más de US$ 42.000 por cada hombre, mujer o niño de ese país), parece justo que se requiera reforzar la regulación para evitar que este tipo de crisis vuelva a repetirse.
Si las cadenas de farmacias se han puesto de acuerdo en sus precios o los bancos no parecen estar dispuestos a facilitar el financiamiento a empresas, el Estado no sólo tiene el derecho sino el deber de buscar incrementar la competencia, promoviendo la entrada de nuevos jugadores, sean supermercados o cajas de compensación.
Así como las puntocom tuvieron un resurgimiento que se conoció como web 2.0, caracterizado por una mayor colaboración y participación entre sus usuarios, es el momento que hagamos lo mismo con el capitalismo. Un capitalismo 2.0 no sólo requiere de la mano fuerte y visible de un Estado competente (y competitivo en la elección de sus autoridades), sino también de una mayor participación de nosotros, sus usuarios, que exijamos verdadera competencia y transparencia para evitar mercados enfermos. Al final, la luz del día resulta ser el mejor desinfectante.