La Revista In-Lan de Lan está muy interesante. En el número actual muestra a un grupo de arquitéctos que eligen los edificios más espectaculares de América Latina: Mathias Klotz, Richard Malachowski, Mario Roberto Alvarez, Juan Felipe Ordóñez Cervantes, Alberto Saldarriaga Roa, Douglas Dreher y Clorindo Testa. Se aprende mucho mirando adelantos, cultura y turismo tanto en vuelo como navegando en la red. Además convoca a escritores que nos cuentan historias de sus viajes inventadas y reales pero que hacen soñar y provocan querer viajar.
Mario Valdivia, en su blog Recuperando Libertad, escribe un artículo que ayuda mucho a pacificar el alma.
Si no olvidamos nuestra muerte segura, nuestra vida se nos hace presente desde la ansiedad por darle sentido. Es fácil olvidar esto porque tomamos los sentidos sociales existentes como algo serio y nos dejamos afanar por ellos, como si viviéramos la vida de los demás, de todos y de nadie. Nos tranquilizamos con una falsa conciencia. Pero si nos mantenemos en el recuerdo que al final nos espera el futuro cierto de nuestro propio fin individual, nos confrontamos con la ansiedad por dotar de sentido a nuestra vida y construir una identidad significativa; y estamos siempre en contacto con el hecho de que este es un invento que no nos es permitido eludir. Y somos nosotros mismos los únicos testigos convincentes de la consistencia con que nuestros actos lo llevan a cabo.
Y, de pronto, en medio de este esfuerzo por inventarnos un significado desde la nada, nos posee el miedo por lo que los demás puedan pensar de nosotros. Como si su opinión pudiera tranquilizar nuestra ansiedad constitutiva intransferible. Al chamullar descomprometidamente deliramos que podemos proteger ante los demás una identidad en la que nosotros no creemos. El chamullo es, al final, un encubrimiento de nosotros mismos.
Dicho esto ante la audiencia de si propio, el endemoniado voló hacia el vacío de la noche en las afueras sin luces del sur del pueblo para ver las estrellas. Por un instante, con el alma en vilo, percibió girar al universo en total silencio como una gigantesca rueda de cristal suspendida sobre su cabeza.
Hay pocos lugares con tanta leyenda para enamorados como la ciudad de París. Con Pilar vivíamos en Madrid y no queríamos regresar a América sin traernos esa experiencia. Además, varios años antes, con Bird, una de las primeras películas dirigidas por Clint Eastwood, había visto un retrato de un París melancólico, frío pero adorable que añoraba conocer. Compartíamos con Pilar un antiguo clásico de Charly Parker llamado Abril en París, y nos pusimos alcanzar esa ciudad antes que terminara ese mes del año 2001.
De ese modo, luego de una inevitable cena navegada por un nocturno río Sena, iluminado por los destellos de la Torre Eiffel, nos encaminamos al barrio latino y en un pequeño teatro subterráneo presentaban música de jazz en vivo. Parecía un programa hecho a la medida de nuestras fantasías románticas desde América Latina. Pero no era un teatro, sino una pista de baile con músicos de jazz, en que los asistentes danzaban los mejores pasos del cine de los americano de los cuarenta, todo se hacía más sorprendente con la juventud de los visitantes.
París me traía tanta historia y recuerdos, desde las adaptaciones infantiles del Jorobado de Notre Dame, las hazañas del Mayo del 68 y los intelectuales que atizaron el discurso teórico de los revolucionarios de América Latina sesentera, los escritores del Boom que en algún momento habían pasado por la ciudad, Matta y los posteriores artistas exiliados, el Quila y la Isabel, como se les debía llamar en la parroquia, si se le puede decir parroquia, hasta la revelación de inicios de mi vida adulta, el gran Michel Foucault, rebelde filósofo guía de cuanta causa subversiva que existiera, Argelia, los estudiantes, los locos, los homosexuales y los presos. Conocí en vivo en Chile al Quila en las concentraciones del plebiscito del 88 y a Matta por la entrevista que le hizo uno de sus integrantes por esos mismos años. Descubro que tengo tantos recuerdos que me relacionan a Paris, que podría escribir muchas páginas. Si hasta el gran Francisco Varela se quedó en esa ciudad hasta su temprana muerte.
Pero París desde siempre fue música popular con íconos como Edith Piaf, cultos como el gitano Django Renhartd, hasta mucho más cercanos como Salvatore Adamo que nació en Italia pero hacía de francés, Hervé Villard y Gilbert Becaoud
Quizás ya no pueda escribir sobre mis recuerdos de Lisboa. No lo creo, porque es una de las ciudades que me cautivó desde que vi la película Historias de Lisboa, en la cual conocí a uno de los grupos musicales con más magia que se pueda imaginar, Madredeus. Decía que quizás ya no escribiría porque leyendo a este agudo Luis López-Aliaga se hace difícil lidiar con el pudor:
Por Luis López-Aliaga
Si sólo pudiéramos contar con una palabra que nos identifique, que dé cuenta de aquello que somos como individuos y como sociedad, quizás no estaríamos empantanados en esta ridícula adolescencia de falso cosmopolitismo. ¿Existe esa palabra en algún rincón de nuestro hablar diminuto? Me lo pregunto mientras leo el Libro del desasosiego de Pessoa, esa terrible y penetrante guía que todo visitante de Lisboa debiera llevar bajo el brazo.
Una palabra que atraviese millones de historias personales, en este y todos los tiempos, que se cuelgue de una melodía repetida hasta el desgarro, que habite los textos de los buenos y de los malos poetas, que se asome por los balcones arábigos como una bandera patria o como ropa colorinche secándose con la brisa marina. Algo así como la saudade portuguesa, por ejemplo. Término intraducible, no se trata de mera nostalgia, de melancolía o de añoranza, aunque las incluye. Vecina de la morriña gallega, es un pasado y un estar en el mundo, la historia emocional de un pueblo, aquella parte que la Comunidad Económica Europea no sabe en qué capítulo de sus acuerdos comerciales incluir. Como señalaba Duarte Nunes del Leao ya por 1606, “no hay lengua en la que de igual manera se pueda explicar, ni siquiera con una gran cantidad de palabras, de tal modo que se manifieste bien”.
El caso es que en medio de la fiebre viajera que la pujanza económica ha despertado entre nosotros, hablar de Lisboa se ha convertido en un lugar común, pequeña escarapela en nuestra solapa de mundanos sin mundo. Pero nadie puede hablar de Lisboa, porque Lisboa no existe.
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Lisboa es un invento de los portugueses, de uno sobre todo, aquel que fue capaz de fingir que era dolor el dolor que de verdad sentía. Y nadie puede siquiera intuirla sin recurrir a la saudade, ese sentimiento que es casi una religión, la religión del “saudosismo”, como la denominó Teixeira de Pascoaes en El espíritu lusitano. Como todas las verdaderas ciudades que no existen, uno sólo está en Lisboa cuando ya no está en Lisboa. Como Nueva York, como Génova, como Montevideo. “¡Hay tan poca gente que ame los paisajes que no existen!…”, dice Pessoa en “La hora absurda” y es como si lo cantara en una taberna lisboeta. Porque si es cierto que las cartas de amor, como el amor, son siempre ridículas, es porque tras ellas se esconde una impostura, un fingimiento, la imposibilidad de la palabra para penetrar en lo más hondo del corazón humano sin traicionar aquello que se nombra. Por eso la saudade es más que una palabra, es toda una ciudad con sus casas acodadas sobre las colinas, sus calles estrechas y empedradas, sus ríos y sus escaleras, sus tranvías y su aroma portuario. Síntesis de una manera de estar en el mundo, incluye paisaje, poesía, música, todo: es “la forma lusitana de la creación” en palabras de Leonardo Coimbra. Y si es triste, lo es sólo en su dimensión creadora, un duelo sensual que no pasa nunca porque no tiene una razón específica, la existencia misma es su causa. Una fuerza que logra hacer presente lo ausente, sobre todo cuando lo ausente no tiene palabras para manifestarse. Es un sentimiento de inconformidad, pero también de deseo y de amor, en tanto el amor conserve algún potencial creador, de poiesis. Esa es la dimensión de esperanza y de futuro que también esconde la saudade. “Es un mal del que se gusta y un bien que se padece”, al decir de Manuel de Mello.
Y resulta curioso que Pessoa, en su aislamiento, en su soledad radical (“vivo una continua sensación de incompatibilidad profunda con las criaturas que me rodean…”) haya logrado una identificación tan honda con la manera de sentir y de estar del pueblo lusitano. Pero es así, porque leyendo el Libro del desasosiego se tiene la sensación de estar escuchando un interminable fado, ese canto que es también un llanto monótono que se clava en el esternón y perfora poco a poco hasta instalarse al lado izquierdo del pecho, como una sanguijuela. De origen marítimo, el fado conserva el vértigo de un naufragio. El Libro del desasosiego es entonces un fado existencial, fragmentario y lúcido, que en su conjunto expresa un mismo sentimiento reiterado hasta el dolor de muelas: “La vida puede ser sentida como una náusea en el estómago; la existencia de la propia alma, como una molestia muscular…”. A modo de diario o de canto sostenido en el tiempo con leves matices, escuchamos en su radicalidad el devenir desolado de más de veinte años de introspección sin contemplaciones, sin mimos, aferrado apenas a la tabla húmeda del alcohol y la literatura: “La vida práctica siempre me ha parecido el menos cómodo de los suicidios”.
A setenta años de su muerte, Pessoa sigue encarnando un sentimiento que se asienta en Lisboa como en una ciudad imaginaria, móvil, que en sus desplazamientos va tocando otras costas, en otros continentes. Porque en algún sentido y más de alguna vez en la semana somos todos portugueses.
???Nunca he salido de Nueva York???
Después de tres libros publicados, Lucho López -para los amigos- vuelve con dos relatos largos o nouvelles contenidos en un mismo libro llamado ???Bazar Imperio??? (Lom Ediciones), que a primera vista se nos presenta como dos historias sobre Nueva York, pero que en fondo habla de los lugares comunes o, más precisamente, del cliché más grande en la creación literaria, el lenguaje. ¿Pretencioso? Veamos.
El último libro que había publicado Luis López-Aliaga (1966) fue la novela ???El verano del ángel??? (Dolmen, 2000) y tuvo una discreta recepción en la crítica, a diferencia del entusiasmo que provocó su primer libro, ???Cuestión de astronomía??? (Grijalbo, cuentos, 1995). Hoy, López Aliaga se encuentra trabajando como guionista para una teleserie de TVN y reescribiendo su novela ???Primos??? que, según algunos, promete ser uno de los acontecimientos literarios del próximo año.
-Claramente en éste, tu cuarto libro, hablas de Nueva York (NY) como pretexto para hablar de los lugares comunes o del cliché. De hecho, en la primera nouvelle llamada ???La Coca no quiere ir a Varadero??? existe un diálogo muy decidor entre la Coca y el narrador, Renato Parada, quien le pregunta: ???¿Y se puede saber por qué NY? ¿No podría haber sido Madrid o Roma o Caracas????. A lo que la Coca le contesta: ???Porque en NY están Madrid, Roma y Caracas????.
-La realidad es siempre una excusa para la literatura. En este caso, NY es una excusa para desarrollar la noción de lugar común que tiene esta metrópoli. Resulta innecesario estar en NY para conocer NY, porque uno conoce previamente esta ciudad gracias a películas como ???El padrino??? y noticias como la caída de las Torres Gemelas. En este sentido, no me interesa describir bien la ciudad, porque las dos nouvelles que conforman ???Bazar Imperio??? no pretenden ser una guía turística ni tampoco invitar al lector a visitar NY.
-¿???Bazar Imperio??? se puede leer por separado o es una unidad narrativa?
-Las dos nouvelles, ???La Coca no quiere…??? y ???Tras el legado de Jackie Polino???, se pueden leer por separado, pero que estén en un mismo volumen no es gratuito. Existe un afán de complementación u orgánico, si quieres. Incluso, el texto final, que no está firmado y que muchos podrían estar tentados a adjudicármelo, es parte de la misma ficción, del mismo ejercicio.
-¿Este texto orgánico al que te refieres se puede leer como una novela-ensayo sobre el cliché y la historia del cómico Jackie Polino vendría siendo un ejemplo de otro cliché, el del artista maldito?
-Me gustaría hablar de Jackie Polino, porque él es la expresión de que los aparatos de marginación no son estables. Dicho de otra manera, los marginados no son siempre los mismos. En el fondo, el personaje Polino tiene que ver con la institucionalización de la marginalidad.
-En Chile podríamos afirmar que vivimos en un país de marginados, en donde mapuches, pobres, feos, guatonas, constituyen el 80 por ciento del país, que curiosamente son excluidos por una ???minoría???.
-Cuando hablamos de exclusiones, todos sabemos de quiénes hablamos, porque se ha institucionalizado la marginación. ¿Son todos los homosexuales marginados? ¡Mentira! ¿Da lo mismo ser homosexual si trabajas como rostro en un canal de televisión o si eres un peón en una construcción? ¡No! Entonces, escuchemos la voz de los excluidos. ¡Y, oh, sorpresa! Los excluidos no pueden gritar que están siendo marginados.
-Me gustaría que ahondaras en el título de tu libro.
-Los grandes imperios siempre han sido bazares. Y NY tiene esa particularidad, de que en poco espacio uno puede encontrar muchas realidades. En NY, están la Pequeña Italia, la colonia judía más grande del mundo, los negros de Harlem, en fin una suerte de Babel o de multiculturalidad sin par.
-Un historiador hizo la diferencia entre cultura y civilización. Civilización, por ejemplo, vendría siendo lo que atraviesa a las distintas culturas, como la Coca Cola.
-Los imperios necesitan de flexibilidad a la hora de imponerse. La mera imposición militar no basta. Las culturas no se eliminan, se someten con la flexibilidad de la que te hablo.
-¿Has estado en Nueva York?
-Nunca he salido de Nueva York.
Por Gonzalo León
La Nación